La versión aleman se puede pedir con estos datos en cada libreria :

ISBN: 978-3-941026-27-8

BVK, Buchverlag Krefeld, Postfach 101131, D-47711 Krefeld
www.buchverlag-krefeld.de


La version español todavia no esta publicada y aqui solo en una traducción provisional ...


Alfred Busto

El pseudonimo esta inventaoooo (palabra copiada de José Motaaaa) como una mezcla de abuelos ...

CAMIÓN - Un bisoño en Castilla

titel

(La vista del libro de fuera, en la versión aleman.)


Contenido :

Prefacio
Martes 20-09-2005 - Desde Valladolid al País Vasco
Miércoles 21-09-2005 - De noche en San Sebastián
Jueves 22-09-2005 - Las 24 horas de Le Mans
Viernes 23-09-2005 - Con el DAF en Bretaña
Sábado 24-09-2005 - Por fin de vuelta en España
Domingo 25-09-2005 - En casa
Lunes 26-09-2005 - Cruzando el Ebro
Martes 27-09-2005 - Cansadísimo en La Rochelle
Miércoles 28-09-2005 - En Bretaña otra vez más
Jueves 29-09-2005 - Los lagartos de Irún
Viernes 30-09-2005 - Salida rumbo a Bélgica
Sábado 01-10-2005 - Paris de noche
Domingo 02-10-2005 - Con Frédéric en el país de los manzanos
Lunes 03-10-2005 - Cercado por 5 luces azules
Martes 04-10-2005 - Casi en Neauphle le Château
Miércoles 05-10-2005 - Cuatro estallidos en un día
Jueves 06-10-2005 - Hasta la vista y adiós
Y aquí como sigue la historia
- Transporte de pan
- Transporte de coches
- ¿ Volver a Alemania ?


Prefacio

Fue el destino el que me desterró a Castilla. El amor había desplegado su magia arrancándome de mi vida anterior de artista, jardinero y varias ocupaciones más. No pasó mucho tiempo hasta que tuviera un hijo y, las cosas así, decidí quedarme en España. Los intentos de vender los productos de mi arte allí me dejaban de tan desilusionado que, cada vez más, me veía dedicado a hojear las ofertas de trabajo. El mercado de trabajo en España tenía cariz algo diferente del de Alemania: conducir camiones, trabajo en fábricas, construcción de carreteras y descuartizar peces fueron las únicas ocupaciones donde las ofertas abundaban. De entre este surtido, la variante que más me sedujo fue la de conducir un camión, una manera atractiva, pensé, de conocer a España de adentro. Sólo que carecía de carnet de conducir. Para empezar me apunté a cursos en una autoescuela cercana. Me gustaron mucho tanto la escuela, sita en el tercer piso del casco viejo y con ascensor un tanto destartalado y rancio, como la gente que legaba allí. Había alumnos que, precindiendo de cualquier maquillador, cuajaran sn más para actuar en un road-movie francés de los años 60 al lado de Jean Gabin conduciendo un camión; lo mismo vale decir de “el profesor”, una especie de Jean Pütz español a quien, a pesar de la rutina de los años, el entusiasmo por su profesión parecía haber más bien crecido que disminuido. Sin embargo, pasadas dos semanas me di por vencido. Por si mis conocimientos del español no eran suficientes para asimilar 300 páginas de conocimientos de la técnica junto a 200 páginas de reglas de tráfico y acercarme dentro de un lapso previsible a una fecha de examen. Volvi a Alemania y poco después me entregaron el nuevo carnet previniéndome: “Ahora, no se ponga prepotente, este cartón no es más que una licencia para practicar, de ningún modo certifica la perfección”.


Martes 20-09-2005 - Desde Valladolid al País Vasco

Que me presentara a las nueve menos cuarto, me había dicho Carmen. Estoy presente, pero la oficina está cerrada, parece que no hay nadie. Qué comienzo estupendo. Cuando me vine anoche no quería más que averiguar si necesitaban conductor y, de ser así, empezar a trabajar dentro de 1 o 2 semanas. Pero Carmen - sobrina de Don Pepito, el dueño de la empresa - dotada de ricas curvas y, pese a ser española, con sorprendente melena rubia, me había agotado con su verborrea haciéndome firmar en un voleo un contrato de trabajo señalando al tiempo que de todos modos tenía que entrar mañana. Solamente me tocaría llevar un semirremolque a Madrid, que por la noche ya estaría de vuelta en casa. El que nunca hubiese enganchado o desenganchado un semirremolque no sería ningún problema, pues su cuñado ya me instruiría mañana. Finalmente ella llegó pitando en motocicleta a las nueve y media para dotarme en la oficina con guantes, chaleco reflector, cinturones de carga etc., por todo lo cual firmé un recibo. Luego me mandó bajar al patio para encontrarme con su cuñado que ya estaba esperándome con impaciencia al lado de un DAF 95 XF, colocado entre una hilera larga de otros vehículos. De la misma manera héctica como mi suegra acababa de entregarme mis utensilios de trabajo, él se puso a subir a manivela el semirremolque, se metió por debajo, volvió a bajarlo, lo enganchó, conectó todos los cables y mangueras y puso en mi mano las llaves. Me detuve a pedirle permiso de practicar, antes de salir, al menos una vez la maniobra de enganche y desenganche por mí solo, pero él me instó arrancar de inmediato y salir para Gijón situada en la costa atlántica asturiana donde ya me estarían esperando, para luego seguir a Beaune en Francia, ¿ dónde demonios está eso ? Ni siquiera me dejó tiempo para ir a recoger en casa ni trapos ni dinero. Vaya, al menos alcancé sacar mi saco de dormir de mi coche para llevarlo. Encontrándome por primera vez en mi vida al volante de un tractocamión de 40 t, qué alivio al constatar, salvados los primeros metros, el hecho de que a la primera me había deslizado sin falta por el portón para después navegar por el primer círculo de tráfico y el primer cruce sin armar colisión alguna. En los primeros kilómetros hacia el centro de Valladolid, hasta llegar a la carretera de León, las pasé algo más estrechas, pero debido a la buena dotación del camión con espejos cubriendo todos los ángulos, logré evitar cualquier roce con las chapas de otros vehículos. Una vez salvado el entronque hacia la derecha, en el fondo sólo había que seguir unos 300 km todo derecho hasta llegar a mi destino. Al principio iba tirando algunos kilómetros cuesta arriba, pasando por el lado del aeropuerto de Villanubla, atravesando Medina de Rioseco para finalmente encaramarme en los montes. Vertiginosamente bonito, pero igual de vertiginoso me lo pasé cada vez que iba cuesta abajo, que por acá se iba a menudo y bastante rato cuesta abajo, de modo que el retardador - instalado para impedir el calentamiento indebido de los frenos al pisarlos detenidamente - sea que no funcionaba, sea que yo estaba demasiado gili para ponerlo en marcha. En fin, acercándose a Gijón el terreno se quedó más llano. En el polígono industrial que atravesé abandoné la autopista para ver si encontraba a alguien que conociera la dirección adonde me tocaba llegar. Atravesado una curva bastante ancha aparqué en segunda fila, me apeé y antes de poder levantar la cabeza para ver a quién consultar el camino a seguir, ya se aproximó a toda prisa una patrullera de la policía asturiana dotada de dos agentes que me dijeron que aquí no podía estacionarme. Una vez identificado como conductor principiante en busca de una dirección, me explayaron con amabilidad y paciencia el camino a seguir hasta tal punto que a todas luces lo tenía todo bien comprendido. Cuando luego terminaron por pedirme seguir adelante, señalé al reglamento que prevé 45 minutos de descanso, puesto que acababa de conducir durante 4 ½ horas. Pero que por favor no me quedara por aquí, insistieron con toda cortesía, permitiéndome incumplir el reglamento y seguir adelante hasta llegar a un lugar más idóneo, permiso del cual yo hacía uso enseguida. Apenas encontrado ese lugar y apagado el motor ya sonó el teléfono. Era mi jefe averiguando si ya tenía la carga colocada en el camión. Contrastando con mi primer jefe Don José, de cariz mafioso, que gastaba corbata y se movía en berlina negra germano-austral, Don Pepito era más bien un oso arremangado con cabeza y voz de rottweiler. Casi dos meses había aguantado yo con Don José. Mi primer trayecto fue de 72 horas sin parar a 90 km/h ida y vuelta de Valladolid a Zwickau. Con mi copiloto Fernando alternamos conduciendo y descansando. A la 1:30 horas de la noche pasamos en la A 5 exactamente aquel lugar de Darmstadt donde, hacía exactamente cuatro semanas había recibido mi carnet de conducir. Fernando todavía me preguntó cuánto trecho quedaba para llegar a casa de mis padres, que podríamos pasarles visita un momento. Tuve que rehusar la oferta. ¡ Para quien lo quiera ! Por una visita de 10 minutos no quería sacar a mis padres de la cama a esta hora intempestiva. En cambio, seis horas más tarde sí saqué de la cama a mi jefe para reclamar que por fin descansáramos como Dios manda, que existía un reglamento. El se limitó a espetarme que no volviera nunca más a sacarle de sus sueños a esta hora, sino que me sirva a llamarle a partir de las 9:00 horas en su oficina. Cuando estuvimos de vuelta enteros, Don José admitió que yo llevaba la razón, que había que atenerse al reglamento. Sin embargo, por el momento no me dio ningún trabajo de transporte sino, de la mañana a la noche, me hizo barrer el aparcadero, o bien lavar camiones, o bien pintarlos con laca. Para volver a la pista, me encargaron transportes nocturnos o durante la hora del almuerzo, lo que traía ningún céntimo extra porque no es a partir de los 200 km de distancia del terruño que se paga un extra de 5 céntimos por kilómetro adicionales, para complementar el escaso sueldo fijo. También acompañaba a un amigo del jefe viajando por Francia para que éste me enseñara como marcha el truco. Al pasar con ese viejo pendejo por un enorme puente del Sena cerca de Le Havre lamenté no estar al volante. Me imaginaba romper el pretil con el camión para que cayéramos al río que corría muchos metros por debajo, yo llegaría nadando a la orilla, dejando que ese malasombra se ahogara. Pero este sueño permaneció sueño. Me conformaba con sacarle de quicio al no acceder para nada a sus provocciones, soportando con impasibilidad sus cabronadas como si tal nada. Sólo una vez me enviaron más allá de la zona de 200 km. Salí al mediodía de un día domingo con un cajón pesadísimo destinado a una central nuclear situada en Ascó cerca de Barcelona. La belleza casi irreal de esas montañas a guisa de bastidor teatral, aparentando tener su origen en otra estrella, panorama que me conmovió hasta el punto de saltarme las lágrimas - la central eléctrica a orillas del Ebro hacía efecto de una base lunar futurista - representa mis únicos buenos recuerdos de la época pasada con Don José. Pocos días antes de enrolarme en la empresa de Don Pepito, armé la bronca en la oficina de Don José y, a partir de ahora, adopté la costumbre de ser yo mismo él que me metiera a la calle. Ignoro cuando había llegado el momento en el que me di cuenta de que estaba harto de tener que demostrar, tanto a mi mismo como a Miriam, cuanto tiempo iba a seguir aguantando que me tomaran el pelo. Lo único que le tengo en cuenta a esta empresa es que el sueldo convenido se pagó al céntimo. Pero volvamos a mi conversación telefónica con Don Pepito.: Dio un resuello pero no se exasperó cuando le dije que sí había llegado a Gijon, que sin embargo no podía seguir buscando el punto de carga hasta que se expirara el tiempo previsto de reposo. Incluso le consulté por la posibilidad de una avería en el retardador. Que ni hablar, afirmó, que me habían entregado un vehículo carente de cualquier fallo técnico. De ahí que no insistí más, tranquilizándome con la idea de que la ruta costanera rumbo a la frontera francesa ya no oponía cordillera de altura relevante. El oeste de Francia, donde yo suponía hasta entonces estuviera ubicado Beaune, de todos modos estaría esencialmente bastante llano. Siguiendo por fin mi camino, y después de salvar algunas otras equivocaciones y embrollos, terminé por llegar hacia las 16:00 horas al sitio previsto donde incluso descubrí un cartel con el nombre de la fábrica buscada. Pasando por un cruce circular, escrutando simultáneamente el cartel para ver si contenía alguna flecha indicadora de la dirección a tomar, no me di cuenta de que con mis tres ejes traseros había tumbado unas vallas de obra para dejarlas aplastadas en un espacio de hormigón recién vertido. Sólo al descubrir, reflectados por varios de mis espejos, unos obreros agonizando en salvajes gesticulanciones, preferí buscar un aparcadero, al que naturalmente no encontré. Sin embargo me paré. Me apeé, hice marcha atrás hacia el solar donde ya me estaban esperando blandiendo las palas. Apenas que, una vez más, me había presentado como conductor principiante extranjero - haciendo uso de las mismas salvajes gesticulaciones y lamentando profundamente mi desventura - “estoy alemán, es mi primer día, qué catástrofe, podéis matarme”, (soy alemán, hoy es mi primer día de trabajo, qué catástrofe, a ver si me matáis), cuando llegó el capataz para sosegarme diciendo que no había daño, que no era más que hormigón, que menos mal, que me quedara tranquilo y siguiera adelante... Al fin le pregunté si acaso conocía la fábrica buscada y a mi solaz ya estaba visible desde aquel lugar, sólo que, por diablos, el cartel puesto en su techo quedó tapado por otro edificio. Sólamente me tocó dar vuelta, entrar en el cruce circular para luego tirar para la próxima salida. Como, en comparación con una bicicleta, no resulta fácil dar vuelta a unos 18 metros, sobre todo siendo el conductor bisoño, tuve que serpentear unos 3 km a través de la próxima localidad hasta que, en una calle con más basura alineada a su borde que la notoria y acostumbrada en las demás calles españolas, topé con un areal cubierto de guijo, suficientemente espaciado para dar vuelta en una racha. De vuelta en el cruce circular me saludaron alegremente y a indicaciones manuales más que suficientes impidieron al pricipiante alemán perder una vez más la buena salida. Entretanto serían las 17 horas cuando terminé pasando por el portón de la fábrica. El conserje me señaló un aparcadero de espera a ocupar donde me tocaba entrar dando marcha atrás. Aun sin exigir nuevamente explicaciones y justificaciones del conductor principiante alemán, sin duda él se habrá dado cuenta que no hacía mucho tiempo que yo dispusiera del carnet. Como en todo el día no había comido nada, y aparte de la falta de provisiones no llevaba más que dos billetes de cinco euros con algunas monedas, luego de dos horas de hacer el mono (cuando la presunción era de que me estaban esperando urgentemente por aquí) me puse la incógnita dónde conseguir comestibles. El portero me envió por el recinto donde acerté a encontrar una máquina, pero aparte de café en polvo no ofrecía nada. De vuelta con el portero le consulté si me quedaba el tiempo suficiente para encaminarme en busca tanto de algo para untar un diente, como de un cajero automático. No supo señalarme ningún banco, pero algunos metros calle arriba debería encontrarse un bar. Eché a andar y efectivamente encontré el bar donde desgraciadamente no había más que unas resecadas rebanadas de pan blanco con chorizo cortado bastante sudado. Preferí buscar, más que nada, el cajero automático antes que dejar los restos de mi plata en este antro. Se me quitó una piedra de encima cuando después de caminar algunos cientos de metros efectivamente encontré una sucursal del Banco de Asturias. Qué raro que el cajero no quiso escupir dinero alguno, dando cada vez un aviso que entendí en el sentido de que en mi cuenta no había saldo positivo. Mira lo que son las cosas, no puede ser, este cajero da la impresión de malfuncionar. Llamé a Miriam, por suerte mi móvil tenía reserva en la tarjeta, pues recargar el móvil con la cuenta vacía habría sido imposible. Ella me dijo que se iba a ocupar de ello consultando con mi banco. Eché a desandar y sí entré en el antro situado en el camino para darme el lujo de gastar 3,60 euros en dos de aquellos emparedados “gustosos” acompañándolos con un tinto igualmente horrible. Tengo que ahorrar mis últimas perras. Apenas había salido a la calle, cuando me llamó mi mandamás para saber dónde me había metido. Volvió a dar bastante resuellos pero se quedó tranquilo al enterarse que yo seguía a la espera de mi carga. Poco antes de llegar a la fábrica recibí la contestación telefónica de Miriam para informarme del hecho de que, según su pesquisa por internet, en mi cuenta no se encontraban más que 78 céntimos, que el cheque de Don José ingresado el viernes pasado no sería abonado que mañana, día miércoles. Pero que ella me había transferido 200 EUR ahora disponibles. Estupendo, pero no volveré al banco, pues al fin y al cabo el cajero puede que no funcione y, además, a lo mejor ya me toca recibir la carga. Hacia las 21:00 horas todavía estaba sentado en mi DAF y por poco de caer dormido por fin me señalaron avanzar al puesto de carga. Durante la 1 ½ hora de cargar un sinnúmero de cajones tan larguísimos como pesadísimos, por primera vez tuve la oportunidad de practicar el montar y desmontar de todos los toldos y tablónes. El subir de los cajones afortunadamente lo asumió una carretilla elevadora. Los mecanismos de los toldos los supe manejar luego de algunos intentos fallados, a pesar de que me estaba entrando un fuerte cansancio. Pero con toda mi buena voluntad no logré recolocar todos los tablones de lado. Siempre quedaban algunos que no cabían por falta o exceso de longuitud; terminé por dejarlos en el fondo del camión. Pensé poder hacer caso omiso de algunos tablones laterales ya que al terminar la carga estaba segura una vez atada con todos los tirantes disponibles. Más encima, hasta que hacia las 22:30 horas volví saliendo por el portón, el teléfono había sonado una infinidad de veces. Sea que fuera mi mandamás que, a pesar de sus resuellos se quedó tranquilo, sea que, cuando aquel ya no podía más, fuera su sobrino que tomara el testigo. Como debido a mi cansancio ya no podía distinguir a los conversantes por su voz, no ha sido que después de buen rato que identifiqué a un tercer autor de llamadas el que, preguntado por su identidad, reveló ser algo como el dueño de mi mandamás, y que disponía de poder de decisión sobre si o no mi mandamás tuviese trabajo para mí. Ya no recuerdo ni quien pretendía dirigirme ni adonde, lo que resultó fue un permanente vaivén de nuevos mandados. Lo único que recuerdo es que mi mandamás en algún momento, entre Gijón y Santander, me pidió seguir hasta la localidad donostiarra de Oiartzun-Lintzirin a unos 360 km de Gijón, reponiendo gasolina cerca de Torrelavega. A pesar de que él con muchos ayes se empeñó en hacerse entendido a la hora de pronunciar los nombres locales, no me quedó más remedio que el de parar el camión en la franja lateral para que me deletree esas indefinibles combinaciones de sonidos, pero después hasta los ubiqué en el mapa. A pesar mío no sabía decirle adonde iba a llegar hoy. De mi segundo turno de 4 ½ horas diarios ya tenía desperdiciado la primera hora buscando el buen camino en los cruces circulares y autopistas de Gijón, pero lo consolaba con seguir rodando como pudiese. La última instrucción vino, al fin y al cabo, de parte del superior de mi mandamás, el cual inquirió si por lo menos podía seguir hasta la base Mariposas cerca de San Román pasado Vitoria-Gasteiz. Rechazó mi proposición de que aquello no pillaba casi nada más cerca, sino afirmó que sería un acortamiento de al menos 100 km, que yo no sabía leer el mapa, pero después comprobé el tramo en Google: la distancia es la misma. Así pues, me preguntó si yo iba hasta San Román. Le contesté que eso dependía hasta donde llegaba en tres horas, ya que transcurridas las próximas tres horas me iba a plegar. Que eso no era respuesta, me dijo, le interesaba saber que si yo iba o no a San Román. Se lo repetí que eso no le sabía contestar porque, aun conduciendo más tiempo del permitido, me resultaba imposible prometer llegar al lugar, dado que podría caer dormido y chocar con el pilar de un puente. Me repitió que eso no era respuesta, que dependía de él si mi mandamás tuviese más trabajo para mí en el futuro, lo que él pedía era un simple SI o NO. Pues bien, me incliné hacia el SI, agregando que no se extrañara si el flete ya no llegaba a ninguna parte. Habiendo dejado atrás Asturias y Cantabria y atravesando la Bilbao basca, volvía sentirme relativamente despierto, e incluso creía divisar en alguna parte por la izquierda ahí abajo en la oscuridad el museo Guggenheim, Pero esto ya lo tenía claro, en un camión te encaminarás a muchas partes, pero llegarás a ninguna, porque las pasas a velocidad de relámpago. Hasta llegar a San Roman no quedaban más que unos cortos 100 km. Entretanto, al pasar Vitoria-Gasteiz - Vitoria es el nombre español, Gasteiz el basco - me sentí tan cansado que fui halucinando, viendo a personas en la pista pero, conservando milagrosamente la lucidez para identificarlas como halucinaciones, por suerte supe evitar dar respingos por un lado, los cuales pudiesen motivarse por el impulso de prevenir cualquier atropello. Lograba mantener los ojos abiertos hasta la salida para San Román, entré hacia las 4:00 en el patio, aparqué no sé cómo, dando marcha atrás y me caí como una piedra sobre el colchón detrás del asiento, que me estaba esperando desde hacía una eternidad.


Miércoles 21-09-2005 - De noche en San Sebastián

Hacia las 6.00 horas de la mañana golpearon en la puerta, fue un catalán bajito llamdo Loriot (así lo entendí), que acababa de llegar desde Barcelona, dijo. Que le habían encargado de llevar mi semirremolque lo antes posible a Beaune cerca de Dijon. Ajá, pues allá se encuentra esa Beaune. Me habría costado superar algunos cerros que están entremedio. Descolgamos mi remolque y lo recoplamos con el tractor suyo. Entonces le planteé la cuestión de mis tirantes, me tendrían responsable de ellos caso de perderlos, que si no me dejaría los suyos, o que si él prefería que nos esforzaramos a sacar los míos para después colocar los suyos. Me comentó que no disponía de ningunos, pero en talón de flete apuntamos donde habían parado los tirantes míos, que ya me los devolverían, pues ambos navegabamos bajo el pabellón de Mariposas. Aunque en aquel momento no me constaban las razones de mis tímidas dudas respecto de la seriosidad de Loriot (es que, resarcir un juego de tirantes supone trabajar algo como media semana), pero el cansancio me impidió ocuparme más de este problema y se qudó con la suya. Para seguir durmiendo aparqué el tractor al lado extremo del recinto donde no entró tanto ruido. Al despertar a las 11:00 horas fui a dar un vistazo. Me encontré en medio de unas amenas montañas con cielo azul por todos lados, al filo de de la Autovía del Norte que un poco más adelante transcurría un recoveco hacia la colindante Navarra para proseguir a Francia pasando por San Sebastián. Como no hubo llamadas telefónicas estiré un poco las piernas. Al pasear por el portón me llegó una voz de atrás, que por dónde yo iba, y por qué no llevaba chaleco reflector. Di media vuelta y, encontrándome con una chica pelirroja salida de su garita entre los surtidores de diesel, la cual además tenía encomendado el apunte de personas y vehículos entrantes y salientes del recinto, comenté que solamente iba a averiguar si enfrente, en la tienda del hotel, restaurante o gasolinera, había café. Que para eso tenía que dar la baja, me dijo, volver a mi vehículo a buscar mi chaleco reflector y ponermelo, pues sin ello nadie tenía permiso de pasear por el sitio. Caminé desganado una vez más hasta el lado extremo del recinto, me di de baja en su oficina y me puse a buscar sin éxito en la tienda del hotel, restaurante y gasolinera un cajero automático. La próxima localidad pillaba bastante lejos y aparecía demasiado minúscula como para justificar el intento de buscar allí un banco, ni hablar caminando. Habiendo desayunado en la cafetería del hotel dos tazas de café con dos cruasán me quedaron aún cinco euros. Por teléfono Miriam me propuso intentar hacer compras con tarjeta en la tienda de la gasolinera y efectivamente, -¡ yippie ! - funcionó. Compré una bolsa de pitanza, me di de alta con la pequeña pelirroja y me puse a dar otra cabezada en mi DAF. Una vez despierto, quería aprovechar el tiempo para llevar el coche hasta los surtidores, porque lleva tiempo echar 800 l de gasolina. De los dos surtidores el segundo estaba ocupado, por tanto puse la tarjeta y tecleé el número uno. Nada, no pasó absolutamente nada. A sacar la tarjeta, volver a meterla. Otra vez nada. Mi amiga de antes se acercó para probar suerte, nadidita. Entonces ella opinó que el número estaba al traste, pues esperar a que quedara libre el dos. Una vez desocupado aquel, iniciamos otro intento en el dos, pero el sol tocaba tan fuerte que no logramos descifrar las demás instrucciones en la pantalla. Ella fue a consultar a un compañero, a ver si él acaso sabía de memoría las instrucciones. En eso yo volví a probar yo solo. A duras penas supe descifrar que la máquina me pedía el kilometraje de mi vehículo. Así que volver a la cabina del conductor, comprobar y apuntar en una chuleta. Hasta que hubiese bajado del camión, otro recíen llegado ya se había metido en una fila libre para teclear en un dos por tres todos sus datos en MI surtidor número dos. Le di una mirada maliciosa al pinchauvas sin decirle nada. En eso volvió mi compinche para echarle bronca. El gordo se quedó consternado y finalmente propuso que nadie me impedía servirme del número uno, pues cómo iba a saber que no marchaba. Entonces volver a esperar turno, no he comprobado el reloj, pero el tiempo se estirajea como chicle hasta que uno de esos depósitos XXL se llene. Poco antes de terminar llegó otro tío, abrió el surtidor, manoseó un rato dentro, volvió a cerrarlo y dijo: Bueno, ya funciona. Ahora podía echar gasolina con el número uno. Cuando por fin estaba lleno (es decir, el camión) devolví el vehículo a mi lugar de aparcamiento y descanso. En vez de volver a acostarme envié un SMS a Aurelia, amiga de Paris, que en la actualidad tenía novio español de Bilbao. “Hola Aurelia, nuevo curre desde el último martes. A las 3:00 de esta mañana atravesé Bilbao”. Un minuto más tarde me llamó para decir hola, pues qué casualidad, no sólo que su cozazoncito vive en Bilbao que yo había atravesado, sino que también va a Vitoria todos los días donde él trabaja, de modo que me encuentro cerquita de él. Pero como las conversaciones telefónicas al extranjero con móvil resultan carísimas hemos colgado rapidamente. Hacia las 14:00 horas, y sin olvidar esta vez de ponerme el chaleco reflector amarillo, entré en la fonda de al lado para chuparme un menú muy gustoso y a buen precio. Donde hay cantidad de camiones aparcados, la relación precio-prestación a menudo es muy buena. E incluso podía pagar aquí, igual que en la gasolinera. con mi tarjeta de crédito española - cosa imposible ayer. Después me iba paseando un poquito antes de volver a tomar asiento en mi DAF. Seguro que pronto va a sonar el teléfono, pero tampoco quería llamar yo para saber que pasaba, pues para qué despertar al tigre. De saber que mi mandamás no se iba a mover hasta las siete y media, bien hubiera intentado otra cabezada. Cuando me quedaba parado allí contemplando la montaña, de repente a mi lado se metió un camión en el aparcamiento libre, cuyo pastiche en la puerta me reveló que ese compañero también estaba en el rollo para Don Pepito. Su nombre se asemejaba a Gengko, era oriundo de Bulgaria. Me preguntó si alguna vez me habían pagado.Le contesté que como hoy era mi segundo día de trabajo, me tocaba esperar un ratito. Dijo llevar trabajando para Don Pepito tres meses sin haber cobrado nada. Menuda noticia, pensé, sin darle mayor importancia, y seguí dormitando. Y ya, a las siete y media en punto llamaron, nuestro mandamás me envió sin semirremolque a Litzirin, la cual no cabía buscar mucho rato, ya lo había encontrado en el mapa ayer. Me encargó enganchar un remolque en un aparcadero situado entre un hotel y un supermercado y luego trasladarme a Le Mans. Así que salí sin remolque y eso sí, tal tractor carente de carga, demuestra bastante empuje, incluso subiendo a la montaña. Pasando Olazagutia por la Autovía del Norte, al principio fuí un rato cuesta arriba enfilando por sorprendentes recovecos, pero de pronto, hasta llegar a la altura de San Sebastián, llamada Donostia por los bascos, ya sólo iba cuesta abajo, sin embargo carente de carga por detrás casi no me di cuenta de la avería del retardero. Ese paisaje difiere mucho de Castilla. Cuando por su amplia y desierta vaciedad gran parte de Castilla se asemeja más bien a la Tejas o Arizona conocidas por la televisión, en cambio aquí uno se cree traslado a los Alpes. Y todo de un tan exuberante verdor, igual que en Alemania donde me ha antojado siempre tan notorio y nada especial. Hacia las 21:00 horas había encontrado Lintzirin y, poco más tarde, tanto el hotel como el supermercado junto al sitio donde supuestamente estaban los remolques. El amable portero en su garita de barrera incluso me señaló el lugar donde mi flete estaba arrumbado. Al lado había un Carrefour, fue para allá que dirigí mis pasos para ubicar un cajero automático. Una vez sacado 150 euros - y eso por la friolera de 60 céntimos - procedí a la compra de una botella de agua y otra de naranjada. De vuelta en mi sitio de trabajo me torcí el cerebro para recordar lo que el sobrino del jefe ma había mostrado ayer. Ya se había oscurecido hasta tal punto que yo fallaba ver bien las partes que de día facilmente habría recordado. Pues posicionar el tractor para luego intentar la bajada del remolque con esa manivela ya harto desgastada. Pero dondequiera que girara la manivela, no se movía nada - ¡ Joder ! Entonces me dirigí al portero esperando y confiando en su saber hacer. ¡ Narices ! Sí me hizo el favor de acompañarme, pero luego se quedó parado los brazos cruzados mientras yo desperdiciaba mis fuerzas en el manejo de palancas y manivelas. Su fisonomía no sólo daba expresión a sus sentimientos de lástima conmigo, sino más bien a la alegría de que su labor se ceñía a estar sentado para abrir y cerrar la barrera. Me puse a tirar la manivela, a apretarla, volverla y pisarla. Finalmente abusando unos alicates a guisa de martillo, golpeando ora aquí ora allá con la aplicación de fuerza variable, de repente algo se movió. Casi me quedo perplejo, pero ahora funcionó. Pues bien, bajar el remolque con la manivela hasta que reposaba en el tractor y los pies de reposa estaban en el aire, luego subirlos. Ahora conectar correctamente cables y mangueras, y a ver si antes de la medianoche iba a arrancar de aquí. Lo de los cables fue lo más fácil, pero esas mangueras de aire simplemente se resistían a cualquier hermetismo. Ya no recuerdo cuanto tiempo pasé revolviendo y apretando hasta reducir el escape de aire a un mínimo. Son nada menos que los frenos cuyo ser o no ser depende de ello. Ahora no faltaba más que colocar las matrículas. En España cada remolque está dotado de dos matrículas, por la izquierda la del remolque y a la derecha una copia de la matrícula del tractor. Y ya se presentó otro impedimento más: Faltaban muelles de suspensión para la fácil colocación de la placa. Lo que había era una ranura lateral, pero tan torcida que no entró ninguna placa. Intenté enderezarla con los alicates, pero sin éxito. Terminé por abusar los alicates usandolos una vez más como martillo, di golpes hasta que a la fuerza la matrícula quedaba en su sitio. La “N” de “9127 XZN” ya había salido rota y la “Z” tampoco iba a aguantar mucho tiempo más. Bueno, ahora sólo faltaba retroceder al tractor hasta que se produjera un “cataclac”, es decir abrir el muelle de cierre, subir al tractor y tirar pa’trás - hasta se dio un “cataclac” bastante fuerte - ¿ lo tengo conectado ya ? Bajé y averigüé, en cuanto con esta oscuridad cabía comprobar algo, pero al parecer el choque ha sido bueno. Volví a subir para avanzar. Como en el espejo no pude verificar bien si el remolque se movía con el tractor, hice otra bajada para comprobar. ¡ Qué suerte ! No hay mal que por bien no venga. Estaba jodido porque el remolque no se había movido ni un milímetro, es decir no estaba acoplado; pero con el avance de un metro más se hubiese estrellado en el suelo, entonces mi mejor opción habría consistido en pegarme un tiro. ¿ Y ahora qué ? ¿ Volver a probar lo mismo ? Y por qué el tractor pegó un brinco al arrancar ? Ni idea. Mi amigo el portero tampoco supo aconsejarme. Hacia las diez y media de la oscuridad surgió un camión y se paró ante la barrera. Ahora mi amigo tenía buena excusa para necesariamente dejarme. Una vez abierta la barrera el camión paso por mi lado. Le di señales al conductor para que se acerque y le expliqué mi infortunio. Era muy amable, echó mano con tanta rapidez que no me enteré, y lista la conexión. Una vez más fue demasiado rápido como para yo aprender nada. Me aseguró que ahora todo estaba bien conectado, sin embargo no le quedó tiempo para dar más explicaciónes. A las once y pico podía por fin encaminarme, a pesar de que me diera algo de acojone el que el tractor realmente no quería cesar dando brincos. Salí por el portón, entré en la vía de acceso a la autopista, perdí un puente, pero por suerte pronto logré dar la vuelta y entré a la autopista. Pero en cada arranque di saltos de rana. Crucé incólume la frontera y los primeros puestos franceses de peaje hasta que, más o menos a la altura de Biarritz, llegué a un tramo exento te peaje donde podía dar rienda suelta al bólido. A pesar de intentar evitar paradas y arranques lo que se motivaba por los saltos, sí tuve que observar algunas pausas para tomar café. Pasado Burdeos donde el uso de la autopista vuelve a costar dinero, tuve que salir a la carretera la cual se distinguía a penas de una autopista, rodando toda la noche via Angoulême, Poitiers, Tours...


Jueves 22-09-2005 - Las 24 horas de Le Mans

...rumbo a Le Mans donde llegué hacia las 10.00 horas. A unos 20 km del término municipal me paré al margen derecho de la N 138 y crucé la carretera para consultar a alguien en la gasolinera el camino a la Avenue Pierre Piffault, donde supuestamente había una empresa llamada ACI. Como no hubo ningún mapa en la pared, la amable arrendataria sacó un mapa de la estantería de ventas, de modo que encontramos rápidamente lo que yo estaba buscando. Cuando se puso a empaquetar el mapa para que me lo lleve le dije que no me hacía falta, ya que tenía el camino plasmado en mi memoria, pues no podía darme el lujo de comprar un mapa de cualquier ciudad cuando allí no precisaba más de una dirección. Ella aparentó comprensión y me despidió con toda amabilidad, sin embargo puso cara de vinagre a mi negativa de comprarle la preciosidad. Poco después recorrí la Avenue Pierre Piffault buscando el número 15, pero debía encontrarse un buen trozo para abajo, que por aquí los números de las casas consistían de tres dígitos. Como se da a menudo en los polígonos industriales que el nombre de la empresa sustituye la falta del número en la fachada, busqué con los ojos si por alguna parte aparecieran las tres letras ACI. Pasado un edificio con el número 17, di con una verja desportillada dando entrada a un predio asilvestrado por una exuberante vegetación, donde se encontraba una pequeña placa corroida exhibiendo el número 15. Aparte, la calle parecía terminar por aquí. De una empresa o fábrica llamada ACI, por donde se miraba, ni hablar. A segunda vista caí en una “b” chiquitita agregada al lado del “15”. Además descubrí que, detrás de una vuelta, la calle se prolongaba en otro tramo pasando por debajo de un puente de ferrocariles. Para llegar al “15 a”, parecía que bastaba seguir un poco más adelante. Como el túnel estaba harto angosto y formaba un arco en su parte superior, dejé que pasaran los vehículos que venían de enfrente para luego rodar en posición céntrica y ¡ adelante !...dio un ¡ pum !, ¡ zas !, ¡ cataplúm ! - pensé que se me había ido el techo. Por suerte no me quedé clavado, pude salir del túnel y a unos cien metros encontré donde pararme. Al bajar constaté a mi solaz que la chapa de la cabina no había sufrido ningún daño, sino que nada más que el toldo del remolque había sufrido una pequeña rajadura en su delantera esquina izquierda. Fui desandando un trocito, sin embargo no he podido comprobar ningún desperfecto en la construcción del túnel, parece haber sufrido una insignificante rozadura en su techo. Lo que me extrañó era la falta de cualquier placa indicadora de la altura del túnel. Basándome en mis conocimientos adquiridos en la autoescuela, hasta ahora suponía que todos los túneles de altura inferior a los 4 m debían estar dotados de tal placa preventoria, ya que la altura máxima permitida a los vehículos era de 4 m. ¿ Será posible que el mío superaba esta altura ? Sin metro plegable no hubo cómo averiguarlo. Pues bien, no quedaba tiempo para tales consideraciones, sin duda mi mandamás estaría contento de enterarse de la entrega de la carga esta misma mañana. Seguí un poco adelante y ya llegué a un portón de fábrica situado a mano derecha con un letrero que decía ACI. Avancé subiendo un trocito por la vía de entrada. Delante de la barrera me paré. Cogí mis talones CMR de entrega y me dirigí a la caseta de recepción. Las dos chicas que había junto al portero me dijeron que en esta entrada no se admitían más que turismos, para la entrada de camiones me tocaba dar la vuelta alrededor de la fábrica hasta llegar al lado opuesto. Virando en la entrada de turismos, ahora sí me di cuenta del rótulo prohibitivo a la entrada de los camiones. Pues torcer por la derecha a la calle y, habiendo realizado un semiciclo alrededor del recinto, llegué al centro de espera para camiones. Volví a bajarme para dirigirme con mis CMRs a la recepción que se encontraba allí, y donde otros conductores ya formaban cola bastante larga. Cuando por fin me tocaba turno, una señorita amable me pidió mi número de referencia sin la cual no podía admitirme al recinto. Joder, olvidado, volver al camión y a buscar mi libreta negra de apuntes, pero sin encontrarla - ¿ cómo es eso ? No me entró otra idea que la de haberlo olvidado en el portón anterior de los turismos. Pues volver donde la señorita y cuando me tocaba turno nuevamente ella tuvo la amabilidad de llamar en el otro portón, sin embargo allá no respondieron, de manera que ella me recomendó personarme allí, pero que me sirviese rondando la fábrica por fuera, no estaba autorizada para permitirme atravesar el recinto aunque fuera el camino más corto, porque sin número de referencia por aquí no entraba nadie, ni caminando. Pasados unos 20 minutos de caminata había dado la vuelta a la fábrica, y el portero de antes ya me reconció desde lejos. Pero que no recordaba ninguna libreta negra, dijo. Dentro, sobre el mostrador tampoco hubo nada, ni las dos muchachas tampoco se acordaron de ninguna libreta. Además, sin número de referencia tampoco me permitieron acortar el camino atravesando el recinto, entonces otros 20 minutos para desandar. Caminando se me ocurrió que el único lugar donde yo pudiese haber olvidado la libreta era la gasolinera a unos 20 km para Le Mans. Pero el camino de vuelta me hubiese obligado una vez más pasar por debajo de puente mencionado, joder. Ahora sí el mapa de la ciudad me hubiera servido mucho para encontrar otra vía de regreso. Bueno, para conseguir el número de referencia bastaba con una llamada a la oficina de mi mandamás, la cual en el fondo quería evitar. Pero con la pérdida de la libreta mis demás notas también parecían haber desaparecido para siempre. Entonces sí, llamé a Don Pepito confesando que no lograba encontrar el número de referencia, a ver si me la comunicase una vez más. Pertrechado con el número y los CMRs volví a la recepción donde ya no había cola. Pude entrar enseguida para buscar la rampa CC2. Preguntando y orientado hasta la rampa, aquí delante de CC2 con 3 puertas corredizas. La del centro estaba ocupada, sólo las de mano derecha e izquierda quedaban libres. Al pricipio quería esperar hasta que se libere la del centro porque eché a sudar la gota gorda ante la idea de retroceder en diagonal evitando la esquina del edificio de enfrente para deslizarme al lado de otro camión. En este momento llegó alguien a decirme que no podía pararme aquí, que me acercara a la puerta. Estaba avanzando lentamente para ocupar una posición de acceso, cuando de repente me doblaba otro camión, adelantando y colándose en un dos por tres al lado de la rampa. Está bien, entonces tiraré para el otro lado a pesar de parecer más difícil de arrumbar. Entonces llegó otro tipo diciendo que “no”, que pasara al otro lado. Pero este lado acababa de ser ocupado y así atravesado apenas podía quedarme parado, pues ya no hubo espacio para que pasara ni coche ni elevadora. Así que avanzar, dar otra vuelta por las afueras de la nave, ocupar nuevamente la posición de espera. Ahora incluso quedaba libre la puerta céntrica. Pero como ahora a mano derecha se encontró el intruso, me tocó bastante girar y sudar hasta lograr una posición adecuada para abordar la rampa central. A un conductor que esperaba por detrás le consulté durante mis maniobras por qué razón mi tractor daba tantos brincos al arrancar, pero él se limitó a mostrar sus dientes franceses como si no me entendiera. A pesar de todo, llegó el momento en que el camión quedaba bien aparcado y la elevadora empezó su labor de descarga. Me dio la impresión de que ésta no iba a parar nunca, ese interminable ir y venir para vaciar el remolque. Entretanto, las tres rampas estaban ocupadas y volví a probar suerte a ver si uno de los dos otros conductores podía aconsejarme respecto de mi problema de los brincos. Pero se trataba de dos cabezas cuadradas que insistían en su idioma francés insinuándo, a gestos de mano y pie, algo como el juego entre gas y embrague. Llegó el momento cuando mi remolque estaba vacío, ahora tocaba encontrar sitio para reposar, ya tenía más de 10 horas de carrera por encima. Ahora nada más que encontrar idónea vía de regreso a la gasolinera donde había quedado olvidada mi libreta. Ay, qué desgracia, aquí encontré, desprovisto de un mapa urbano y sólo consultando un mapa de Francia, una vía que esquivaba el puente, pero en la actualidad resultaba cerrado por obras. Pues seguir adelante hasta el próximo cruce para torcer hacia la dirección deseada, de ahí seguramente volvería, como sea, a la carretera de Tours. La carretera diagonal a Mulsanne efectivamente existía, sólo que no admitía vehículos de más de 7,5 t, joder, ¿ ahora qué ?... seguí rodando algunos km hasta que me di cuenta de que milagrosamente volví a encontrarme exactamente en la misma carretera por la cual esta mañana había entrado en Le Mans. Ahora ya no pillaba lejos la gasolinera. La arrendataria, algo avanzada de edad, a pesar de no haberle comprado mapa esta mañana, evidentemente compartía mi regocijo cuando, radiante de alegría, volví a tener mi libreta entre mis manos. Y venga seguir rumbo a Tours. En un momento me paré en un parking rodeado de bosque como intento de pasar aquí mi rato de reposo. Pero el susurro de la circulación viaria molestaba tanto que de cabezada ni hablar. Entonces, pese al vencimiento del lapso temporal legal, seguí adelante algunos kilómetros hasta llegar al paradero de los camioneros en Luceau. Y ahora a dormir. Incluso mi mandamás me había recomendado echarme a dormir unas 10-12 horas. Pero no pude conciliar sueño al tiro y di un paseo. En la gasolinera vecina al paradero busqué información por dónde encontrar un teléfono de tarjeta. La cajera sugirió que había que ir a Château sur Loir. El Loir sin “e” es un riachuelo que desemboca primero al Sarthe y junto con las aguas de éste, termina en el Loire con “e”. Es natural que no quería caminar tanto trecho, pero no cabía conducir tampoco, el camión estaba obligado a quedar parado. Caminé un ratito bajando hacia Luceau. Plácida calle bajando a un plácido pueblito con plácida iglesia y plácido campaneo, plácido hotel y, fíjate, incluso plácida cabinita telefónica. Llamé a Miriam (ay, qué bien calefaccionada estaba la cabina por el sol) para contarle mis últimas aventuras en el lejano país de los matadores de dragones. Luego intenté llamar a Aurelia para decirle que me encontraba a poca distancia de Paris, pero su número no funcionaba, lo cual me estrañaba. Pues nada. Di otra vuelta para ver qué había pasando la iglesia cuesta abajo. Frente a la plaza estaban de obras en la calle. Más allá ya no hubo mucha cosa más, un abuelo pintando su tapia, unas huertas, una madre con hijo, y ya terminada mi ronda. Me vine acercando a la calle en obras desde el lado opuesto. Como no quedaba otra vía hacia la iglesia, caminaba bordando la asequia cuesta arriba, los obreros me saludaban afablemente. De vuelta al paradero de los camiones, había llegado un camión con matrícula británica y volante a la derecha. Bajamos las ventanas para conversar de cabina a cabina. Eran dos escoceses, yo les conté mi encuentro con el puente. Cuando me apeé para demostrarles que no había pasado casi nada, me di cuenta de que, transcurrido el trecho corto de unos 40 km, el toldo sí había sufrido creciente desgarro. El hombre alto y gordo se bajó sugiriendo que valía más echarle un tirante por la parte rota con tal de fijar el toldo. Del dicho al hecho, y cuando él se puso a sujetarlo le propuse que esperara hasta que alisara las torceduras de la cinta para que el tirante ciñara bien liso, pero él me dijo que no tenía importancia. Bueno, si él lo prefiere así, más tarde ya vería para qué servía. “Thank you” les dije, explicándoles que me tocaba dormir a pesar de no estar nada cansado, pero calculaba que a medianoche o la 1 de la madrugada tenía que seguir, una vez que me hubieran llegado instrucciones para nuevos puntos de carga. El escocés me recomendaba tomar una cerveza, luego ya conciliaría sueño. Buena idea, pensé, y me dirigí al bar. Cuando volví ambos se habían ido, parece que su parada sólo obedecía a los 45 minutos prescriptivos. Me acosté, dormitaba a ratos, más o menos hasta las ocho o las nueve, cuando me entró hambre. Como no llevaba comida pero sí pude sacar dinero en Oiartzun, volví al bar donde estaban comenzando las horas del “bufé a 10,30 Euros”. Me pusieron a la primera mesa ya ocupada por camioneros (routiers) franceses. con licencia de servirme yo mismo en el bufé de los entremeses. Ensaladas de pescado y verdura varias, caracoles raros y gambas con hueva. Una vez probado todo eso, sirvieron asado de cerdo enrollado con puré de patatas, por desgracia un tanto sequito y soso, con una botella de cidre y agua. Y ahora nada, a ver si me acuesto en mi camarote. Antes de quedarme dormido se me impuso recordar un poema de Erich Kästner “Basta con un kilómetro cúbico”. En aquel poema calculaba que toda la humanidad cabía en una caja de un kilómetro de ancho, largo, y alto. En su tiempo se trataba de 2 mil millones de habitantes, es decir medio metro cúbico para cada uno. Hacinándolos un poco, quiere decir aplicando un tanto de fuerza, incluso se podría meter los 8 mil millones, cantidad esperada para un futuro cercano. Pero dejemos de cicaterías, permitiendo a cada uno su metro cúbico, entonces cabremos todos en una caja de dos kilómetros de ancho, largo y alto, o sea 8 kilómetros cúbicos. Luego quedaríamos arrumbados en algún sitio de la pampa y reinarían la paz y el sosiego en la tierra. Depositado a orillas del Rhin en cualquier sitio entre Mannheim y Francfort, casi nadie se fijará de este cajón al mirar por la ventana de un módulo lunar, por antojar tan minúsculo. Incluso, todos los coches jamás construidos se pueden empaquetar en cajón parecido. Hay que suponer que, hasta el día de hoy, una cantidad netamente inferior a los 8 mil millones de coches se hubiese fabricado, de los cuales, una vez comprimidos, cada uno de ellos seguramente no ocuparía ni un metro cúbico entero. Por tanto todos ellos también cabrían holgadamente en un cajón de 2 x 2 x 2 kilómetros. Increíble que todos los aludes chaperos del mundo cabrían dentro de un cajón tan chiquitito. ¿ Y el tamaño de los gigantescos hoyos en el queso de la tierra, los que antes contenían el petróleo quemado hasta el día de hoy ? Empezando por el petróleo consumido por los coches. Redondeando bien hacia arriba, 8 mil millones de coches con 200.000 kilómetros de kilometraje cada uno, a 20 litros por 100 kilómetros, - parece muy exagerado, en realidad sería probablemente menos que la mitad de ello. Pero aparte de los coches hay aviones, barcos y un sinnúmero más de otros vehículos sedientes. Suponiendo pues, que los datos calculados fueran meridianamente acertados, luego por coche resultarían cuatro metros cúbicos de gasolina, cantidad que multiplicada por 8 mil millones resultaría en 32 mil millones de metros cúbicos, por ende 32 kilómetros cúbicos. Todo esto cabe en un cajón de 2 x 4 x 4 kilómetros. Parece requete poco, pero contemplándolo desde la ventana de un módulo lunar, este cajón resultará aún más insignificante. ¿ Y es cierto que el petróleo se está agotando ? ¿ De las vegetaciones hundidas hace millones de años - no quedaría nada más que eso ? Sin embargo, esta incógnita no iba a quitarme el sueño y de pronto me quedé roncando como un tronco.


Viernes 23-09-2005 - Con el DAF en Bretaña

Qué raro, pensé, al despertarme sobre las seis, tan tarde ya y no ha llamado nadie. Pues no voy a llamar ahora tampoco, sino voy a desayunar. Ni por asomo hubo tanta gente abarrotada en la sala como anoche, la mayoría de ellos ya andaba rodando. Cuando después de dos cafés y dos croasán el teléfono seguía sin sonar, me di una ducha para luego sentarme en mi DAF listo para despegar. Antes de avenirme a llamar a la oficina, apunté en una agenda algunos vocablos españoles, hasta ahora desconocidos, desgranados de una novela policíaca grabada en audiolibro. Alguna vez de vuelta en casa voy a consultar sus significados en mi diccionario de 5 kg de peso. En la oficina estaban harto contentos al saber que yo estaba preparado para el despegue y me enviaron a vuelta de correo un SMS con las direcciones de dos puntos de carga, una se encontraba en St. Nazaire y la otra en Nantes, ambas ubicadas en dirección noroeste. Así que me tocaba volver los 40 km a Le Mans, no hubo caso de volver a la madre patria española como había pensado y esperado. Los 80 km de rodeo, seguro que me los van a descontar del salario, o sea no tenerlos en cuenta. Con 8 pesetas o sea unos 5 céntimos por kilómetro, eso suponía unos cuatro euros. Aparte del sueldo fijo de 750 euros netos fijos por mes, el complemento por kilómetro recorrido no se paga más que por la distancia mínima calculada por el ordenador - incluso se ha considerado tal rodeo como razón suficiente de despedida, alegando despilfarro de diesel. Antes de echar a salir me interesaba comprobar, mediante el metro plegable encontrado por ahí, la altura que mide mi remolque, seguramente habrá más puentes por delante. Los 4,35 m de altura me dejaron bastante perplejos. Que ni se habían preocupado de informarme de ello, no me constaba que una altura de más de 4,00 m fuera legal. Pero tampoco quería llamar por ello a la oficina, prefería dejar sin mencionar el puente averiado. En mis siguientes recorridos pude comprobar por comparación directa de alturas, que los 4,35 m sí eran una altura media, sobre todo en cuanto a los camiones españoles. Siguiendo a Le Mans, en un cruce circular un pelotón de policías vino a pararme y dirigirme a un aparcadero. No pretendían comprobar ni mi carnet de conducir ni el tacógrafo, lo único que les interesaba eran mis documentos de flete y la carga. Como no llevaba carga, era natural que carecía de documentos de flete, entonces me pidieron abrir atrás para que ellos echaran una ojeada. Y efectivamente - vacío de órdago, ni el agente subido al remolque descubrió doble fondo alguno. Si se quedaron estupefactos y desengañados ha sido, aparentemente, por el hecho de que en aquel lugar los camiones con matrícula española provenientes del sur todavía llevaran su carga, mientras que los conductores de “paseo” formaran más bien la excepción. Con todo, me congracié con ellos porque, a diferencia de la mayoría de los demás conductores extranjeros, intenté chapurrear con ellos en francés, lo cual me mereció sus benévolos parabienes. Sin embargo, parece que pecaba de demasiada inocencia, aquella que despierta sospechas. De todos modos se dedicaron a desarticular por completo mi cabina de conductor hasta que se convincieran de que realmente no era contrabandista de cigarrillos, éste último al parecer pingüe negocio para algunos de mis compañeros dada la actual diferencia de precios entre España y Francia. Cuando el agente “buscador” se metía a rastrear mi caja de plástico que se encontraba debajo de mi cama, alboroté el cotarro cuando varios de ellos tuvieron que impedirme que saltara a la cabina. Y eso con ningún otro propósito que de prevenir al agente “buscador” a que no tumbara mi botella de orina, de la cual no sabía a ciencia cierta si estaba bien cerrada. Cuando la expuso para contemplación de los demás, sacando el brazo estrechado a través de la puerta como si de trofeo se tratara, acompañando tal exposición con unas palabras francesas en el sentido de que “no ha pasado nada”, me quedé visiblemente aliviado, y sus compañeros se partieron de la risa. Luego me dejaron seguir, primero atravesé Le Mans y después entronqué en la A 11 rumbo a Angers, Nantes. Pasando por Angers casi tuve que parar un tanto la respiración al toparme con 2-3 puentes marcados de altura de 4,20 m, observando la velocidad casi provocadora de peatón. Ignoro lo que haría de no caber el camión, parecía casi imposible echar marcha atrás o dar la vuelta. ¿ A lo mejor me sacaban de en medio con helicóptero ? Pero a pesar de mis 4,35 m no me quedé pegado - ¿ fuese porque no en todas partes un metro consistiera de 100 centímetros ? Pasado Nantes que dejé a un lado porque antes me tocaba cargar en St. Nazaire, enfilé en una carretera que parecía autopista. Poco antes de terminar la primera etapa del día llamé a Miriam comentándole que, mientrás no llovía, el pequeño daño en el techo del remolque no importaba mucho. A poca distancia de St. Nazaire consulté la buena dirección en un bar situado en la calle. Afortunadamente fue muy fácil captar la orientación y seguirla. En St. Nazaire, empezó a llover. A los trabajadores que me esperaban en la rampa de mi punto de carga les expliqué que esto era mi primer encargo, que tuvieran un tanto de paciencia respecto de mis artes de manejar la marcha atrás. Al operador al que tocaba movilizar mi carga le pregunté si la carga estaba a prueba de agua, explicando que por delante el toldo ofrecía un hoyo pequeño como consecuencia de una colisión con un puente, que con la lluvia podría entrar algo de agua. Que eso no sería bueno, comentó. Le pedí cinta adhesiva u otra cosa para cerrar el hoyo. Me trajo un rollo de cinta celo y otro de laminilla. Ahora no falta más que una escalerilla, le dije, porque así de improviso no salto a los 4 metros de altura. Aproveché el que se parara la llovizna un rato para montarme, solté el tirante ciñado sobre el rasgón empujándole un poco para atrás, pegué lindas tiras de celo una al lado de otra hasta cerrar el rasgón y volví a tender el tirante no sin antes alisar lo que el escocés había dejado destorcido, de manera que el tirante ahora se ceñía muy bien al toldo. Una vez acabado la labor de cargamiento y cerradas la s puertas salí para Nantes-Carquefou, que no tenía que buscar mucho dado que ya había pasado esta salida en la venida. A los pocos kilómetros me sentí tan enervado por los ruidos de revoloteo producidos por el tendiente a contraviento, que ahora comprendí porque el escocés me había recomendado colocar el tirante de manera torcida. Cuando se brindaba la oportunidad me paré, solté el cinturón para rearmarlo torcido y a partir de ahí me quedé tranquilito. En la salida de Nantes Carquefou abandoné la autopista atravesando un cruce circular orientado solamente por Z.I. Chateaubriant (zone industrielle). A volver y pasar por debajo de la autopista, pero en ese círculo no hubo indicador tampoco, Volver un tramo dirigiéndome rumbo a Z.I. Chateaubriant, aparcar por el lado y preguntar por la dirección en un despacho inmobiliario. El aprendiz no era lugareño y consultó con un mapa urbano en internet donde encontró la calle. Único problema: en escala panorámica ya no se veía la calle, en cambio en escala grande que revelaba la calle faltaban los alrededores y la sugerencia como llegar. Pues bien, llegó el jefe que era del lugar y me recomendó seguir simplemente todo derecho para luego atenerme a la señalización. Por poco había entrado en los recintos de Trelleborg, cuando me llegó una llamada de Mariposas, que no fuera a Trelleborg, sino a MGL Trelleborg, que eso se encontraría nada más que 200 metros atrás en el lado opuesto. Pues bien, nada más fácil. Cuando llegué allí enfrente y ellos me pidieron que tomara la rampa 8, les dije ya de antemano que no se estrañaran si me iba a llevar un ratito, que yo era novato en este oficio. No he comprobado el reloj, pero sí he virado bastante rato hasta que me hubiese parado casi derecho delante de la rampa con las puertas traseras abiertas. Luego cuando me adentré a la oficina, nadie comentó nada, sólo preguntaron si ya estaba listo. En algún momento mi cajón se había vuelto a rellenar y me largué, a ver si llegaba a Saintes hoy mismo.


Sábado 24-09-2005 - Por fin de vuelta en España

Ya no recuerdo a qué horas llegué al aparcadero de la autopista entre Niort y Saintes. Fue de noche cerrada cuando me instalé allí comodamente para pasar un rato leyendo mi libro. Con la diaria cantidad de kilómetros recorridos - sabe Dios cuántos sean - a los 90 km/h máximo, uno no se está acercando que un poquitín a la velocidad de luz, que cuando te la pasas todo el día sentado en una silla; pero aun sosteniendo largos ratos esta dinámica moderada, mi pobre alma viene a preguntarse más a menudo que antes, quién soy y adónde voy. En el libro mencionado leí que a decir de los científicos no había nada más rápido que la luz. Pero imagínese que cualquier parte del mundo abrazara al mundo entero. Esto supondría que incluso en cada vaso de cerveza, sea lleno o vacío, se encontrara encerrado el mundo entero. En cada gota de la cerveza tanto como en el vaso, así como en el reposavasos por debajo, la mesa que los sostenga, el aire y el edificio encima, en todas partes, en qualquier átomo y cada parte de él - estuviera, en fin, el mundo entero, ... qué interesante. Supondría incluso que yo, tú, y cada quisque y todo estuvieran en cada partícula de cada átomo. Es que los átomos son como soles rodeados por los electrones en órbita como planetas, y en cada uno de esos electrones-planeta también hay algo, o bien rojo y muerto como Marte, o bien verde y vivito como nuestra tierra, o bien cualquier otra cosa. Con todas las parafernalias, todos sus accesorios. Desde leche enlatada hasta oso polar y elefante, desde Nofritis hasta Napoleón y cada Paquita Gómez de todos los colores imaginables. Desde el paleolítico hasta la eternidad. Y por consiguiente, todos estos también consisten de moléculas y átomos dentro de los cuales todo aquello se repite 100 veces, 1000 veces o con más frecuencia. Como no cabe término imaginable, habrá de repetirse una infinidad de veces disminuyendo cada vez más. Y lo mismo vale en dirección opuesta, ¿ O es que alguien sepa determinar por dónde termina el mundo, el universo ? De existir un término, ¿ qué habrá detrás ? Tendrá que haber algo porque no puede terminar en ninguna parte. Ahora, si nosotros nos encontramos sentados en un electrón dando vueltas alrededor de nuestro sol, electrón que por ejemplo se encuentre dentro del corazón de una zebra y esta zebra va galopando por la pampa, pues entonces todo nuestro sistema solar es desplazado a una velocidad que, en comparación con nuestra mezquina velocidad de la luz, no haría más efecto de dinamismo que - relativamente hablando - el pedo de un piojo. Y no es que nos hallaríamos solamente dentro de un átomo de esa zebra, sino en todo y cada átomo de cada brizna aplastada por sus cascos. Asimismo, esa zebra no está corriendo más que sobre un átomo de su sistema solar que sólo podrá ser diminuta partícula de su parte envolvente. ¿ O es que alguien sabe probar la imposibilidad de todo esto ? Antes de volverme loco de remate, prefiero conformarme con mi tarea de llevar cada flete encomendado de A a B y a la velocidad máxima de 90 km/h, y con simplemente tomarme el vaso de agua que tenga por delante sin mayores pesquisas por la naturaleza del universo que me estoy tragando, dejándolo posteriormente a su suerte en un matorral o un retrete de la autopista. Dios ya se entiende, ningún problema mío. ¿ He dicho “Dios” ? Es otro de los que pueden privarte del sueño. Pero ahora cerrar por fin los ojos. Luego he dormido bastante bien y después fui a mi casa sin percances dignos de mencionar. Pasando Bordeaux, Biarritz, San Sebastián, eché varios cientos de litros de diesel en San Román y, a las 18.30 horas, estuve de vuelta en Valladolid. Dejé aparcado al DAF en la rampa donde había salido el martes y subí a mi L 300. Cuarto de hora después estuve en casa. ¿ En casa ? Se podría imaginarlo. Pero no había realmente llegada, mi mente seguía revoloteando sin reposo por las autopistas francesas. La certeza de que la mañana del lunes, es decir dentro de pocas horas, volvería a encaminarme para allá no me permitió llegada cabal a mi casa. Me sentía un tanto como espíritu el que, una vez muerta su envoltura, se dispone a volver desde el más allá para ver por sus deudos, pero es incapaz de adentrarse al más acá. Todo lo que me había propuesto llevar a cabo durante mi tiempo de “ocio” me antojaba tan lejano e inalcanzable, estuve en casa, pero hasta las cosas aparentemente cercanas se escurrieron de la mano, incluso a Miriam y Álvaro los sentí como las alucinaciones de un espejismo. Las pocas horas ni me dejaron tiempo para pensar en los mandados de mi “agenda importante”, sentí un ajetreo que no me permitió decidir qué hacer, si prefería ir a comer, a duchar o al baño. Incluso casi no me di cuenta de la posterior visita de los suegros que venían para averiguar cómo me había sentado esta semana. Debía de estar simplemente cansadísimo y al mismo tiempo tener demasiada cuerda para conciliar sueño.


Domingo 25-09-2005 - En casa

Contemplando por la mañana desde la ventana del sexto piso las naves de mantenimiento de ferrocarriles españoles, me puse la pregunta dónde me encontraría ahora si en marzo de 2001 no hubiese llovido tanto. Apenas hubiese escapado de la situación meteorológica alemana tomando refugio en Mallorca, ni hubiese recalado en ese hotel al lado de la movida turística después de haber pasado la primera noche en la montaña sobre el asiento de un VW Lupo alquilado. Pero en marzo, cuando todavía hace fresco en Baleares - los demás hoteles sea que sigan cerrados o bien resultando demasiado caros - allí sí se puede pernoctar muy bien y a buen precio. Y la primera mañana de primavera del nuevo milenio este serafín castellano cruzó mi camino, o más precisamente estuvimos sentados, ella, su compañera y yo en la misma sala para tomar desayuno, y aparte de nosotros casi no hubo nadie más. En aquella época, mi vocabulario español no comprendía más que los siete días de la semana, junto a las expresiones “sí”, “no”, “buenos días” y “adiós”. Sin embargo, me desplacé a la mesa de ambas, sin enterarme mucho de la conversación, ni de que su viaje se debía a haber ganado una rifa navideña, ni de que “hermano” no es equivalente del nombre alemán “Hermann” sino que significa “Bruder”. Tampoco me enteré en aquel momento de que este hermano era (por aquel entonces) guardia en el trullo de Palma. Solamente entendí los nombres de ambas: Miriam y Mercedes. Ni el nombre de la ciudad de “Valladolid”, de donde los dos ángeles eran oriundos, no me decía absolutamente nada. Vuelto al hotel, buscando un tal “Bajadolid” en el mapa sin encontrarlo, pensé que debía de tratarse de un villorio chiquitito ya que no lo ubicaba en el mapa. Pero de pronto iba a aprender que en Valladolid no sólo murió Cristóbal Colón el 20 de mayo de 1506, sino que aquí el emperador alemán Carlos V tenía su casa, hijo de Felipe de Castilia con Juana la Loca y que nació en Gent el 24 de febrero de 1500. Conocido como Carlos I pasa por primer rey de España. Su hijo Felipe II, nacido el 21 de mayo de 1521 detrás de una ventana de mirador vallisoletano, relocalizó en 1561 el centro del poder español desde Valladolid a Madrid, hecho de lo cual aún en nuestros días muchos Vallisoletanos le están agradecidos. Bastante movida de historia europea ha habido dentro de este ámbito que desde esta ventana estaba abrazando con la mirada, épocas cuando todavía no existían naves para reparar locomotoras y vagones españoles. “Eisenbahn” en español es “ferrocarril”. Pero en España a nadie le ocurre ir en ferrocarril, allá van en tren (Zug) pasando por el ferrocarril, el carril de hierro, es decir los rieles. Hasta ahora, cuando en Alemania yo tomaba el tren, normalmente también afirmaba ir en ferrocarril, en vez de pasar por él, igual que acaso muchos alemanes más, solamente los Suabios van “por el ferrocarril suabio”. ¿ No son los mismísimos que pretenden saberlo todo, con la salvedad de hablar correctamente el alemán ? Entonces aún ignoraba que el fin de semana en ciernes iba a ir a Gent en el DAF, donde en su tiempo nació Carlos. Pero en la navidad del año pasado viví otro intermezzo ejemplar de cómo se pueden cruzar ciertos caminos. Estaba exponiendo mi artesanía en la feria navideña de Valladolid. El tercer día, un vecino con caseta puesta a mano derecha me preguntó si ya había conversado con mi vecina a mano izquierda, que ella aparentemente hablaba el alemán. Fui a conversar un rato con ella, efectivamente hablaba el alemán admirablemente bien, es que había vivido algunos años en Alemania. Entonces tuvimos que interrumpir la conversación, hubo que contestar preguntas de clientes. Al día siguiente seguimos conversando y María que en 1957 nació en Salamanca (a unos 100 km de Valladolid), me contó que desde 1963-1973 había vivido con toda su familia en Alemania, e incluso fuera allá al colegio durante 10 años. Pero que vuelta a España, nunca más hubiese regresado a Alemania. Me preguntó de donde era oriundo yo. Le contesté que venía de un pequeño pueblo situado al sur de Francfort. Entre Darmstadt y Aschaffenburg, agregué, para delimitarlo algo más, suponiendo que ella no conocía estas ciudades. Pero ella sí conocía Darmstadt y Aschaffenburg y además Dieburg, Altheim y Semd. ¡ Queeé ! - exclamé, he aquí alguien que conoce Semd, ¡ eso es de lo que no hay ! Pero cómo no voy a conocer Semd, dijo, en fin ha sido allí que pasó su niñez. Pues de veras acudió al colegio ubicado directamente tras el huerto de mis padres en el cual yo, en aquella época, jugaba en el cajón de arena junto a mis hermanos y amigos. Decenios más tarde uno se encuentra al lado de otro durante días enteros y, sin la intervención de un tercero alertado sólo por el hecho de que en su alrededor hubiera a dos personas hablando el mismo idioma, tal vez nunca hubieramos conocido una a otro. ¿ Cúantas veces pasaría que se cuzaran dos caminos de semejante manera, sin que nadie se diera cuenta ? ¿ Qué habría pasado si en marzo de 2001 no lluevara tanto ? Pero como llovía, Álvaro va a celebrar su primer cumpleaños en dos meses más. Ahora, hoy mismo durmió casi todo el día, y yo también me acosté, que mañana seguramente volvería a rodar rumbo a Francia.


Lunes 26-09-2005 - Cruzando el Ebro

Me gusta España y los españoles porque allí “normalmente” casi nadie empieza a trabajar antes de las 9:00 horas, pues nada de esas alondras del brezal como las hay en Alemania y que cantan: a quien madruga, Dios le ayuda. Por otra parte, de despertarse uno temprano alguna mañana y hacerse a la busqueda de cualquier panadería o mercado de bricolaje abiertos, pues claro: mala suerte, por aquí todos duermen hasta una hora del día que en Alemania no se permite sino a los artistas, estudiantes y parados. Lo que es más, aquí nadie ha de pedir disculpas por sus genes, por aquí esa costumbre es corriente y moliente. Pues yo, a las 9:00 horas a la agencia de transportes y en el DAF con remolque a la Renault para entregar el flete de Trelleborg proveniente de Nantes. Las fábricas de Renault, Iveco y Michelin parecen ser los mayores empleadores en Valladolid (según internet 320.000 habitantes “empadronados”), una ciudad en crecimiento, situada a orillas del río Pisuerga en una cuenca, en medio de la meseta de Castilla la Vieja. Por supuesto, casi nadie conozca al Pisuerga, pero el Duero, con el cual el Pisuerga se reúne a unos cuantos kilómetros fuera de la ciudad, a lo mejor le resulta conocido incluso a gente que no sea experta del vino. Así que sobre las 10:00 horas me asomé a la puerta de la Renault pidiendo acceso, pero ellos me enviaron al aparcadero. Pasada algo más que la friolera de una hora, haciendo uso de los documentos de flete y un teléfono, el portero terminó por averiguar que yo había llegado por adelantado. Mi cargamiento se esperará a las 16:00 horas en punto, ni un segundo antes ni después. Por consiguiente, llamé a Don Pepito que no daba nada más que un impaciente resuello casi imperceptible. Me dijo que volviera, aparcara el remolque y fuera al taller DAF para mandar reparar el retardero. Hay que ver, ¿¿¿ no fue él quien juraba hace pocos días que funcionaba bien ??? Alegremente me encaminé. Luego andaba con el pecho hinchado, porque logré desenganchar el remolque completamente solo, sin explicación ni intervención de nadie, y eso por primera vez. Con la cabeza tractora salí para la DAF, que está entre Boecillo y Montemajor en la Carretera de Segovia, medio camino a Camporredondo, donde viven mis suegros. Como me tocaba esperar turno en el taller, hasta me dio tiempo para zamparme una opípara comida en la cocina de mi suegra. La cantidad de los ingredientes de sus platos está limitada, igual que la variedad de los mismos platos, pero gozarlos cada vez me hace feliz. Con ella no caben experimentos, parece que las recetas no han cambiado en generaciones. Costumbres lamentablemente conservadoras, se llegaría a pensar, que sin embargo son muy robustas y constantes. A guisa de los pinares en los alrededores (poco pretensiosos cual camellos) que ni en invierno se mueren de frío, ni en verano llegan a desecarse. Dondequiera que un castellano hubiese puesto su pie - mientras se encontrara más o menos bien asentado, él (o ellla) ya no movería su pie de aquel lugar a no ser que se le fusilara. Y eso incluso si a la vuelta de la esquina le esperase el paraíso. El pensar en cosas nuevas ni que hacerlas, la mayoría lo consideraría como tonto tirando a chalado, o bien enfermo de la cabeza. Naturalmente, al “medirlo-todo-por-el-rasero” no hay que hacer caso omiso de las excepciones. Es que en Castilla hay gran número de individuos excepcionales, mi suegro es uno de ellos, su nombre Marciano (en alemán “Marsmensch”, hombre del Marte) casa muy bien con su persona, opinión no compartida exclusivamente por su esposa. Una mente ingeniosa, hombre revisor y renovador en muchos campos, vayan de ejemplo la construcción de casas o máquinas, la agricultura y la viticultura; sus cuadros adornan las paredes de los numerosos familiares, es un experto de la fauna y flora local, de los astros, y conoce muchas cosas más. Desgraciadamente carece totalmente de manita para la economía, lo cual a la mayoría le resulta muy simpático, pero no deja de conjurar contraste de pareceres agudo con su esposa. No es solamente su explotación agraria que lleva manteniendo por medio de su escasa pensión - aunque el cese de explotaciones le traería mayor recompensa de las arcas de la UE - sino que también todos sus demás proyectos los sufraga a pulso. El financiamiento de un pozo para regar su pequeño pinar (pino joven de apenas 2-3 m de altura) usando el molino de viento por él construido (Don Quijote, presente) como bomba de agua - eso en los sectores “modernos” de la sociedad llevaría inevitablemente al divorcio, en cambio aquí una vez más los genes castellanos vienen a imponerse, de modo que pase lo que pase, todo queda tal cual. Cuando huele a chamusquina en su casa Marciano va buscando refugio en su barracón de inventor, pensador, constructor etc., en sus campos de explotación, o el juego de naipes con amigos en alguno de sus bares notorios donde es comensal bien visto. El campo de batalla que es la cocina, a pesar de abarcar gran talento para ella, lo deja - ¡ qué generosidad ! - a su desposada. Yo vengo de unos parajes donde mucha gente comparte mi manera de cocinar. Menú sorpresa, una mezcla de lo que haya o acaso uno acierte a descubrir en el mercado. En Castilla tal principio de cocina da la impresión de auténtico pájaro exótico, “sorpresa” naturalmente implica a menudo que, de antemano, es la gran incógnita si luego la comida vaya a resultar aceptable. Pero si al fin y al cabo da gusto - lo que ocurre más a menudo de lo que parezca - vienen a echarme piropos por todos lados, sobre todo por mis creaciones de tortas. Mis experimentos con pescado y carne incluso indujeron a algunos de recomendarme poner un restaurante. El quid del asunto está en mi incapacidad de recordar las recetas y nunca dos platos no me salen igualitos, lo cual resulta totalmente inadmisible en una cocina de restaurante. Es el cliente que, en fin, paga por recibir exactamente lo que haya pedido. Un lema como el de “lo tomas o lo dejas” debe de resultar menos mortal para el cliente que para el cocinero. Habiendo gozado del siempre delicioso pollo con patatas preparado por Angeline en sartén de gratinado, vuelvo a la DAF y ya me dan turno. Parece que lo que hubo que arreglar era más bien menudencia, pero que requería de aparejo pesado. Vuelto donde Don Pepito, me encontré con que un compañero ya había llevado mi remolque a la Renault y la Carmen me saludó diciendo: “Tú ahora irás a Baden, creo que esto está en Alemania”. ¿ Baden ? A Baden-Baden sí lo conozco, pero ¿ Baden, a secas ? Consulté el índice de mi mapa y, aparte de un villorrio cerca de Breme, no salía ningún Baden. De nombre y señas del destinatario la señorita tampoco supo informarme, sólo que iba a transportar tubos de plástico. Para cargarlos me tocaba ir ahora a una fábrica sita un tanto al norte de Miranda sobre el Ebro. Pregunté si allí todavía hubiese gente a la hora de mi llegada, pues ya eran las 17:00 horas y los 200 km de distancia me llevarían seguramente entre 2 y 3 horas. Que no me preocupara, me aseguró un compañero en el patio, que allí para cargar siempre había gente, las 24 horas del día. Entonces enfilar en la A 62 (autovía) exenta de peaje hasta Burgos, y luego salir a la N I (carretera nacional), antes de tomar la AP 1 (autopista) que sí es cobrando. Lleva ventaja él que sepa que en España hay carreteras nacionales con número romano, y otras con número árabe. Entonces, él que quiera llegar a la N II, deberá preguntar por el dos que no por el once, el once aquí no lo conoce nadie. Números romanos los llevan las seis arterias principales que en forma de estrella desde Madrid van al mar, es decir la N I a la San Sebastián vasca, la II a la Barcelona catalana, la III a la Valencia catalana, la IV a la Cádiz andaluza, la V a la Badajoz estremeña cerca de la frontera portuguesa y de donde Lisboa ya no pilla lejos, y por última la VI a La Coruña en Galicia. Todas las demás carreteras llevan número árabe. Llegado, en fin, por la N I a Miranda sobre el Ebro, me tocaba subir y bajar varias veces por la calle principal hasta encontrar a alguien que me explicara cómo llegar a la fábrica buscada. Una vez bien encaminado seguía, sin embargo, con dudas de que realmente fuera bien, porque durante buen rato, aparte de la oscuridad no hubo poco menos nada, sólo de vez en cuando un coche de enfrente. Fue el olor parecido al que antes invadía a Groß-Umstadt por su fábrica de aislamientos eléctricos (Resopal), el que me señalizó que ya no quedaba mucho trecho. Y efectivamente, pasado otro rato, tuve mi destino por delante o mejor dicho a mano izquierda, iluminadísimo como un estadio de fútbol. Tuve que buscar bastante tiempo hasta topar con alguien capaz de explicarme que, claro, hoy ya no encontraría a nadie que me endilgara ningún cargamento. Que me acostara afuera en el aparcadero y volviera mañana a las siete de la mañana, me recomendó. Conque me ha tocado en suerte, ya me esperaba una de esas tandas de veinticuatro horas, exigiéndome estuviera en Breme sin falta mañana por la mañana, ya.


Martes 27-09-2005 - Cansadísimo en La Rochelle

Toda la noche a ratos habían ido cayendo lloviznas, pero al rayar el alba el sol vino a encontrar rápidamente varios huecos donde perforar las tumultosas nubes desgreñadas para ir evaporando los vahos de niebla presentes. Ponerse los pantalones, salpicar un poco de agua a ojos y dientes, peinarse, bajar brevemente para cambiar el agua a los garbanzos, subir, y ¡ aúpa ! Desde las 7:30 hasta las 9:00 horas me cargaron de arriba a abajo grises tubos de plástico hasta el tope. Entretanto yo había encontrado en mi mapa Michelin otra “Baden”, pero no cerca de Breme, sino en Bretaña. Como el código postal 56 marcado en los tubos casaba bien con este sitio, pensé haber identificado mi destinación, pero no fue así del todo. Cuando terminé por recibir los documentos de entrega comprobé que no decían nada de Baden, ni de aquella de Alemania ni de Francia. El destinatario se encontraría en Baud, lo que me sonaba más bien francés. Y de veras, hay una “Baud” en Francia que no sólo se sitúa en Bretaña igual que Baden, sino que además está ubicada en la mismísima zona postal 56. Vaya, al menos quedó claro ahora adónde me iba a llevar este viaje. Al inicio del viaje volví hasta Miranda y después enfilé en la N I pasando Vitoria hasta llegar a la base de Mariposas por la salida de San Román. Qué raro que no consiga encontrar San Román en Google-Earth. En cambio, sí encuentro la base sita entre Eguilaz y Durruma Donemiliaga, pero nada llamado San Román, no importa. Antes de emprender hoy mismo la vuelta a Francia, empecé por llenar a tope los depósitos de gasóleo, aparqué el DAF en el recinto y me acordé enseguida de ponerme el chaleco reflectorio, lo cual la tornera mona y pelirroja contestó con una sonrisa. En el bar del hotel, donde volví a ver a mi colega búlgaro que también conducía por Don Pepito, tomé un desayuno francés, es decir café con croasán. Una vez más él me preguntó si alguna vez hubiese cobrado nada del patrón, pero cómo podía haber cobrado yo, no hacía más que una semana que yo estuviera metido en eso. Él se quejaba de los largos ratos de no haber cobrado nada, si acaso un poquito a cuentagotas entre Pascuas y Ramos, para que al menos pagara su habitación chabacana en Zaragoza, la que, con el curre este, desde luego nunca le diera tiempo a ocupar. Pero como prefería “habitar” su cabina a la chabola aquella, donde aparte de las cucarachas nadie le estaba esperando, habría terminado el contrato de alquiler ya, de no precisar de una residencia, imprescindible para un contrato de trabajo. En cambio, con todo su sentimiento de frustración, en su fuero interno albergaba algo de comprensión para nuestro jefe, que en España son exorbitántes las multas por contravenir las disposiciones legales viarias. No hacía mucho que Don Pepito tuviera que aflojar, a nombre de él, 3500 euros por faltar los intervalos de parada y reposo. Otro compañero que, proveniente de Barcelona, entró un día domingo al País Vasco, llegó a costarle a nuestro jefe 7000 euros. En casi todo el territorio español los camiones pesados pueden moverse sin restricción, sólo en el País Vasco se prohibe su circulación los días domingo, igual que en otras partes de Europa. Corre la voz de que haya algunos policías vascos regodeando a la hora de agarrar al paquete a conductor español indispuesto a observar esta regla. Ignoro cuánta patraña de transportista o de verdad respectivamente, me están participando, pero es que, una semana más tarde, el mismo conductor, en el mismo tramo, en el mismo sitio se jugó con los mismos agentes otros 7000 euros más a cargo de la caja de la empresa. Cabe duda de que ese mismo compañero jamás volviera a cobrar un sueldo. Terminado el segundo café con croasán, un señor mayor vino a acompañarnos en la mesa para contarnos que él era el dueño de todo esto. Que además le pertenecían las gasolineras hoteleras situadas en los puestos fronterizos con Francia, sea Irún por el lado atlántico y La Jonquera por el lado mediterráneo. Anda, con tanta ventana cliente potencial al mayor de mis cristales de colores. Enseguida desenfundé mi tarjeta intentando convencerle de mi idea relámpago y espontánea, intento aparentemente un tanto malogrado, ya que hasta el día de hoy no se ha comunicado conmigo. Luego, en el punto de venta de la gasolinera hotelera compré algo de condumio seco para los próximos días así como una camisa forrada para el invierno, que por aquí a finales de septiembre, los charcos ya estaban con hielo. Fue antes de emprender el viaje, en la gasolinera de la base de enfrente, donde volví a echar gasóleo a tope, cuando el portero del recinto salió a preguntarme como podía ser yo tan chiflado como para trabajar para Don Pepito. Que él no lo conocía personalmente, pero que a todas luces era un canalla sinvergüenza y estafador, que la paga te la hacía esperar sentado hasta que las ranas críen pelo. Volví enfilando en la N I, pasé por las montañas hasta la frontera, seguí por la A 63 francesa hasta Burdeos, luego por la A 10 hasta Saintes. Luego me antojaba más corta la distancia hasta Nantes pasando por La Rochelle en vez de Niort. Fui por la A 837 hasta Rochefort y por la N 137 hasta La Rochelle. Ya harto cansado viré por un barrio bastante oscurito, pese a los faroles iluminados, en busca de de un aparcadero para pegar los ojos. Antes de acostarme pasé por un poste indicador diciendo que, siguiendo camino en la N 137 rumbo a la A 83 para Nantes, había un puente que no admitía más que los 26 t de peso máximo. Pero a esta hora ya estaba yo demasiado cansado como para verificar el peso de mi carga y sumarlo al peso del camión en vacío, prefería deslizarme en mi camarote.


Miércoles 28-09-2005 - En Bretaña otra vez más

Estacionado al lado de la calle, lo que me despertó por la mañana no fue el susurro de la circulación en la N 11 que pasa por La Rochelle y Beaulieu, sino el teléfono. El rottweiler me preguntó por dónde iba. Que estaba ahora en La Rochelle, le contesté, primero porque el camino era más corto, y segundo para ahorrar peaje. Que sin embargo pronto me las verría con un puente de hasta 26 t, a ver si sabía decirme cuánto peso tenía mi vehículo en vacío (presumía de unos 15 t), pues que la carga estaba de unos 14 t y con un total de 29 t andaba un poco elevado. De entrada no decía nada para soltarme luego que no andaba con 26 t, ni con 29 t, sino con 40 t. Antes de iniciar yo, bisoño hessiano, con un profesional (que más encima era castellano) discusión sobre cómo se distingue el peso total autorizado del peso actual, escogí sin darle más vueltas el rodeo por la N 11 rumbo a Niort, de ahí seguí por la A 83 durante horas aparentemente siempre derecho rumbo a Nantes, y desde allí por la N 165 rumbo a Vannes. Por aquí, a alturas de La Roche-Bernard, se cruza un puente con panorama estupendo del valle del río Vilaine. Pasado Vannes seguí viaje por la D 767 en dirección de Locminé, y desde allí por la N 24 hasta Baud, donde llegué a eso de las 13:00 horas. Atravesé un ancho portón corredizo entrando en el patio espacioso de un depósito de tuberías, sito en una pequeña zona industrial en las afueras de Baud, donde no vi ni un alma. Fue en una de las naves que por fin di con alguien al que por lo visto estaba interrumpiendo en su tentempié de mediodía. Me mandó empezar por desarmar los flancos laterales mientras seguía vaciando a cucharaditas su soperita. Acompañada la última cucharada con un trago de vino tinto, se levantó para arrastrar los pies hacia la elevadora. Arrumbó los tubos en el patio, una paleta al lado de otra, mientras yo me quedé contemplando algún avión comercial que a media altura de viaje se propulsaba a chorros por encima de nosotros. Ya no le faltará mucho para llegar, ¿ dónde habrá aeropuerto allá en esa punta de Bretaña, tal vez en Brest ? Qué alucine la cantidad de gentes y materiales que van y vienen ser corridos a diario por la combustión de petróleo. Hay que ver las pocas personas que quedan hoy en día, nacidas en aquellos años cuando todo esto estaba naciendo lo que luego, en menos de 100 años, se ha ido repartiendo por el globo cual moho en un melocotón. Durante los precedentes cuatro millones de años estimados por los científicos, todos llegaban a pie o a lo mejor a caballo a su destino - sin tomar en consideración la navegación por ríos y mares. Durante cuatro millones de años todo iba andando sin motores, a ver lo que habrá sido, pasados otros cuatro millones de años, de mi DAF, el aparato volador allá arriba y todos los demás coches y aviones. En fin, todos los tubos estaban abajos, volví a armar los tablones laterales, cerré el toldo, obtuve la firma en el talón de entrega y seguí viaje rumbo a Ploërmel para ir a buscar, donde Breger, nueva carga para España. La entrada a la N 24 rumbo a París estaba cerca y en ella iba rodando con toda serenidad los 50 km hasta llegar a mi próximo destino. El polígono industrial buscado se situaba directamente al lado de la N 24 al sur de Ploërmel y, siendo tan chico, fue fácil encontrar el recinto de Breger. Por aquí, sin embargo, había algo más de actividad cargadora, de modo que tuve que esperar un rato con paciencia hasta que podía proceder a la rampa. En la rampa venían a tener mucha paciencia conmigo hasta bien posicionada mi parte trasera. Desde afuera, del procedimiento de cargar no pude ver mucho, sólo oí y vi las violentas sacudidas y vibraciones del remolque mientras por atrás la elevadora le metía nuevas paletas a todo vapor. En eso estaba conversando con un compañero que se encontraba al lado de la rampa vecina, preguntándole por si lograba cumplir con los espacios de conducción y reposo y por el rigor de la policía francesa a la hora de controlarlos. Pero él ni se inmutó, y eso que no realizaba sino fletes cortos y occasionales para un amigo por los parajes cercanos durante sus horas de ocio, y que resultaban de tan poca duración que ni le obligaban a intercalar pausas intermedias algunas. Llamado a la oficina para la entrega de los documentos de flete, me quedé sorprendido con lo vacío que parecía haber quedado la bodega del remolque después de tanto traqueteo. De paletas no hubo realmente muchas, pero de todos modos tenía que seguir 130 km a Nantes Carquefou donde ya me darían para el remate. Además mis nuevas paletas estaban bien planas, evitando así que se tumbaran, pero al mismo tiempo pesadísimas. Empecé viajando por la N 166 hasta Vannes en la costa atlántica y luego, bordeando la costa por la N 165 hasta Nantes, donde volví a atravesar el puente de Vilaine que ofrece la bella vista. Como ya había estado por aquí hacía algunos días, esta vez no me tocaba buscar mucho las rampas de MGL Trelleborg, pero no podía menos que de llegar a una hora cuando ya estaban cerradas. Menos mal que el portón siguiera abierto y me dieran permiso de aparcar en el patio para allí esperar durmiendo la próxima mañana. Pero antes de hacerlo di un paseo al Carrefour cercano donde conseguí aprovisionarme con más condumio enlatado, además del modelo más barato de teléfono móvil que había, para que pudiesen comunicarse conmigo desde el extranjero a precio meridianamente asequible y hacer yo llamadas telefónicas dentro de Francia. Mi teléfono de empresa no admitía de conversaciones particulares, y las tarifas extranjeras aplicables a mis móviles alemán y español resultaban en esa época todavía bastante exageradas. Recuerdo una vez en París cuando, luego de una conversación de ocho minutos, mi cuenta se había reducido en la friolera de 24 euros.- Cuando volví me encontré con el portón ya cerrado. Por suerte no estaba insalvable por su altura y me encaramé, ni hubo perro de vigilancia ni sereno que me dieran la caza. Sólo di las gracias a Dios por no tener que dormir en la calle. ¿ A quién más iba a dar las gracias en ese lugar tenebroso ? Y antes de conciliar sueño, mis pensamientos iban deambulando un pelín por mi libro: Si Dios existe, y cómo que no existiera, pues nada es imposible, entonces él debería morar, igual que todas las demás cosas, en cada célula del universo. ¿ Nada más que un pedacito de él en cada célula ? No, si en cada célula está metido el universo entero, o sea todo, cada chucho callejero, cada contenedor de vidrios usados, cada flor del prado, cada tiburón del océano, simplemente todo, cada pensamiento jamás pensado, cada pena y cada gloria jamás sentidas, pues entonces en cada célula sí caba Dios entero. Y no ya uno solo, sino todos los dioses caben en cualquier miga. Sean católico, evangélico, judío, árabe, hindú, indio, chino, griegos o romanos y demás hoy en día ya olvidados, y los venideros también. Y como cada célula comprende un espacio infinitamente grande para que quepa cualquier cosa, no parará mientes en albergar “simultáneamente” tanto todo lo pasado y presente como lo futuro. Cuando era chiquillo me había imaginado que aquello lo que a nosotros nos parecía un día, tal vez tuviera la duración de una semana del punto de vista de la hormiga, y una hora al parecer del elefante. Porque lo que nos aparenta grande, al elefante le antoja chico, y lo que nos parece ser chico, a la hormiga le antoja grande. A lo mejor el tiempo no es sino un antojar que depende del tamaño del sujeto. A los metabolismos que se desarrollan a diario en nuestro cuerpo, donde en cuestión de segundos o minutos son mundos enteros que nacen y se deshacen, debería unirse un sentido cronológico a escala planetaria de sus “habitantes. ¿ No es así ? Y la zebra que nos lleva, por ejemplo, a nosotros galopando por la savana, él que dé un solo paso en adelante, al zebra no le antoja más que un segundo - ¿ pero en eso transcurre toda nuestra historia, desde el estallido inicial hasta el redesaparecer en un hoyo negro ? ¿ Una vez, cien veces, una infinidad de veces ? ¿ Y eso no solamente en el corazón de la zebra, que sólo vaya de ejemplo, sino en su pie también, en cada pelo, y en sus excrementos ? ¿ Cómo quiere que todo eso sean chorradas, ideas de un chalado de remate ? Pero todo lo imaginable sí acaso es posible, a falta de probada su imposibilidad, ni que tampoco la existencia de Júpiter, Osiris, Poseidón, Manitú y demás en muchas mentes hubiese dado lugar a dudas, y eso que nunca fue demostrada. Y si caben no solamente todas las cosas, sino incluso todos los pensamientos y sentires en cada una de las celdas, entonces incluye asimismo no ya todos los dioses e ídolos, sino también la fe en ellos. Por tanto, desde cada átomo de la raíz de un pelo nasal de este mundo, incluso desde el de Adolfo Hitler, suben los rezos no ya al dios judío, sino a todos los dioses que jamás hubiera y habrá. Tanto que cualquier impulso de cualquier ateo igual tiene su sitio allí. El tiovivo en mi cabeza empezó a dolerme, me dio náuseas, pero antes de que se cumpliera mi anhelo de que nuestra tierra volviera, por favor, a convertirse en disco, me estaba quedando sobado.


Jueves 29-09-2005 - Los lagartos de Irún

Antes de estallar los primeros traqueteos por el recinto ya me había despertado y, entre el DAF y la valla, me di un refresco para luego esperar sentado en la cabina de conductor a que se encendieran las luces. Como se acordaron de mí por mi visita de la semana pasada, todos pasaban de mis interminables viramientos y vueltas hasta que llegara a colocarme de manera casi perfecta al lado de la rampa. Luego la cosa marchaba viento en popa hasta que terminaran a llenarme la bodega al tope con palés harto rasos, pero pesados como quintales. Y ya andando. Me enredé un pelín al probar la vía más corta alrededor de Nantes en sentido de las agujas del reloj, en vez de volver por el camino más corto ya conocido. Luego de unas idas y venidas pasando por rincones sombríos, logré finalmente encontrar la circunvalación de Nantes que me llevaba a la A 83. De ahí me quedaba sin más experimentos en la autopista hasta llegar a España. Con la excepción de Niort, donde no podía envainármela cortar la vuelta alrededor de la ciudad por un camino que se me había quedado grabado en la memoria a raíz de un viaje realizado junto a un compañero, para la empresa donde antes trabajabamos juntos. Como hacía un tiempo inmejorable cuando esa tarde cruzaba la frontera, me paré brevemente en una gasolinera a pocos kilómetros pasado Irún, cerca del paradero cuyo supuesto propietario había conocido hace poco. Me aparqué en la entrada a la gasolinera, último de una palmada de otros camiones y, dirigiéndome por los indicadores, subí las interminables escaleras cuesta arriba. Numerosos lagartijos corrían escopetados por los cercados y paredes de hormigón, otros se estaban calentando al sol. Llegado arribita, me encontré con un espacioso aparcamiento lleno de camiones, así que la próxima vez voy a subir en el vehículo. Tuve que dar una vuelta alrededor del edificio para llegar a una entrada lateral, porque la entrada principal estaba en obras. Por consideraciones financieras (las advertencias de mi compañero búlgaro me habían mosqueado que si jamás iba a cobrar) no me serví más que del bufé de las ensaladas. Parecía todo bien fresco, sólo de una insipidez inalterable por las salsas preparadas disponibles en cubetas. Camino de vuelta a la gasolinera una vez más pasé junto a los lagartijos, cuando me entró la idea de que si alguno de ellos no hubiese gustado pasarlo un rato como ser humano, con uno de ellos gritándome “yo sí”, a lo mejor me aviniera a un trato de cambiar identidades un rato, pero que durara sólo hasta que volviéramos a vernos la próxima vez. Luego de unos forcejeos giratorios volví a salir de la gasolinera para entrar en la N I, el tramo hasta San Sebastián tenía sus bemoles. Cuesta arriba y abajo pasando por muchas curvas y atravesando un trecho condenadamente largo y estrecho por obras. El sábado pasado, eso sí, había los mismos tramos estrechos, pero entonces no era hora de punta. No marear la perdiz por demasiado dirigir la mirada al retrovisor, confiar en los propios sentidos, mirar pa’ lante y quítate de en medio, parecido a Luke Skywalker en sus ejercicios con la espada láser en “La guerra de las galaxias”, al final funcionó. Pasado San Sebastián, iba 60 km cuesta arriba, subiendo al principio un pelín, luego en pendiente creciente. Poco antes de llegar a la cima cerca de Etxegarate vi un camión volcado en el primer recoveco de una curva estrechísima. Por suerte, esta curva me resultó conocida, casi me hubiese salido de la carretera la primera vez que la pasé en coche. Luego fui unos 25 km cuesta abajo y ya estaba de vuelta en mi base. Llamé a mi jefe para consultarle el itinerario que me esperaba. Él no tenía idea tampoco y me mandó a dormir. Puse el vehículo en un hueco del recinto y llamé a Miriam para decirle que aún ignoraba cuándo iba a regresar. Al poco rato volví encontrar a mi colega búlgaro que entraba en el recinto y, luego de un breve “hola”, nos sentamos en el bar del hotel para tomar unas cañas. Amén de haber sido jamás gran fumador, hacía unos 18 meses que había dejado de fumar de una vez. El día que Miriam se enteró de su embarazo, ella renunció al tabaco de la noche a la mañana lo que, siendo chimenea femenina, le costaba mucho esfuerzo. Para ponérselo más fácil yo la acompañé en su renuncio, en rigor ambos veníamos quedando embarazdos. Pero eso fue hace mucho tiempo, Miriam y nuestro chiquillo estaban lejos, y yo sentado solo y abandonado, con Genko, en un bar de hotel en medio de pampa y cerros al norte de España. Nuestra conversación de cuyo contenido ya no guardo memoria, se iba animando de cerveza en cerveza y en algún momento me dirigí a la máquina de cigarros. Fumamos unos 2-3 cigarillos cada uno y tomamos otras 2-3 cañas que en Francia son igual de pequeñas como en España. Luego, suficientemente amodorrados, volvimos a nuestros camiones. En esa noche yo iba a soñar de agujeros negros: ¿ Sería posible de hacerme desaparecer con mi DAF en un agujero negro en las estribaciones vascas del Pirineo ? De allí existir uno, seguro que sí, pero por ahí no puede haber ninguno, porque de ser así ya habríamos desaparecido todos. Vaya, no por completo, pero de alguna manera sí. Aún presentes, sin embargo más chicos, bastante chicos y tal vez muertos, pero condenadamente pesados. Más pesados que todas las piedras del Pirineo y mi DAF juntos, más pesados que nuestro planeta entero junto a todos los planetas “cercanos”. ¿ A qué tamaño podríase chafar todo eso quitandole los espacios hueros ? Es decir, comenzando por el DAF metido en una prensa de chatarra estrujándole todos los huecos, ¿ qué sería lo que se quedaría ? ¿ Tal vez un metro cúbico ? No importa, aun quedando dos o tres metros cúbicos, resultaría bastante reducido, pero con el mismo peso que antes. Pasando ahora a eliminar los huecos de cada uno de sus átomos, se arrugaría bastante más. Si la mayor parte de tal átomo está hueca, en su centro están el núcleo diminuto y, a una distancia relativamente larga, los igualmente diminutos electrones que tienen su órbita alrededor del núcleo, parecidos a los planetas y el sol. ¿ Cuánto se quedará de un átomo una vez sacado el “aire” ? A lo mejor menos que de un globo de aire reventado. Sometiendo a todos los átomos del DAF a este procedimiento - ¿ qué tamaño le quedaría ? El de una caja de leche. Parecería menos que eso, sin embargo guardaría el mismo peso, o sea con carga máxima, 40 toneladas. Y ahora, continuando el mismo juego de considerar cada núcleo atomar como un sol, y cada electrón como un planeta, no importa si sea rojo y muerto como el Marte, o bien si estuviera dotado de perros, gatos, caballos, bosques, mares, lágrimas y risas, cines, teatros y montañas rusas como el nuestro, pues cabe la posibilidad de eliminar de él todos los huecos que quedaran. Entonces el DAF seguro que tendrá cabida dentro de una cajita cuyo tamaño comprenderá menos de un milímetro cúbico, no obstante seguría con su peso de 40 toneladas. Y de caber la posibilidad de empezar tal juego, resulta difícil imaginarse que llegue a un fin. Que termine tal juego de imaginarse unos mundos cada vez mas pequeños, porque se les quitarán los huecos, parece tan inimaginable como la existencia de un muro al final del mundo con nada por detrás. Y una vez que mi DAF, siempre manteniendo su peso de 40 toneladas, en algún momento se vea reducido al tamaño del mil mil milésimo de un mil mil milésimo milímetro cúbico, a lo mejor guardará la gravitación suficiente para “chuparse” todo lo que esté en su alrededor, simplemente eliminando las cavidades. Comenzando por mí y la prensa de chatarra, luego le tocaría al suelo que pisamos, luego toda la ciudad, todo el país, la tierra entera, la luna y el sol junto a los planetas desde Mercurio hasta Pluto, después los sistemas planetarios adyacentes y, en un momento dado, al zebra también dentro de cuyo corazón nos encontramos cabalgando por la estepa, y así ad infinitum. El peso de millones de planetas concentrado en un punto de casi zero milímetros de extensión. ¿ O es que acaso hubiera tamaño menos que zero ?


Viernes 30-09-2005 - Salida rumbo a Bélgica

Por la mañana Don Pepito me despertó por teléfono diciéndome que dejara el semirremolque donde estaba, otro compañero se ocuparía de llevarlo al interior del país. Me pasó la matrícula de otro semirremolque ya cargado al que me tocaría llevar a la Volvo en Gent / Bélgica. Mi segundo intento de descolgar un remolque de mi propia mano me salió sin problema. Pero luego cuando, a eso del mediodía, el semirremolque destinado para la Volvo vino a entrar en el recinto, la maniobra de enganche simplemente no me resultó. Aun cuando otros compañeros, incluso Genko, se emplearon a fondo para echarme una mano, el remolque se quedaba parado cada vez que arranqué, simplemente no iba a dar el “clac”. Luego de algunas conversaciones telefónicas. Don Pepito se dejó convencer, por otros compañeros experimentados, de que había un defecto del que yo no llevaba la culpa, por lo tanto me envió al punto de asistencia de la DAF a 10 km de distancia, medio camino de Etxegarate. Allí me hicieron esperar. Luego, cuando el mismísimo jefe del taller le dio una mirada a la “quinta rueda” (en alemán: fünftes Rad, o mejor dicho: Sattelplatte), descubrió rápidamente un gancho deformado que ya no cuajaba. Pues fallaba en abrazar el perno del remolque. Preguntado por la causa de tal defecto me contestó que ni idea, que eso no lo había visto nunca. Pasado otro rato de espera, llegó un joven mecánico para llevar mi DAF al taller. Allí soltó las tuercas de montaje, sacó la placa-sillón por medio de un polipasto y la depositó en el suelo. Allí la desarmó al detalle y me informó de las partes a reponer. Le pregunté cómo podía producirse tal cosa. Se sorprendió de que su jefe afirmara no haber nunca visto tal defecto, que eso se la veían a menudo porque a los pricipiantes mal capacitados se les pasaría a diario. Sin embargo me consolaba señalando que cada persona tenía su “don” individual, que el mío probablemente iba referido a otra materia. En la escuela de camioneros no me habían introducido sino al remolque, que no al semirremolque. Él en cambio, había buscado y encontrado su “don” aquí en este trabajo que le volvía feliz y contento. Procedió a explicarme que había que colocar la cabeza tractora debajo del semirremolque en posición suficientemente bajita y central así como suficientemente, pero no sobremanera, para adentro. Luego elevar hidráulicamente el eje trasero de la cabeza tractora para que la placa-sillón de la cabeza tractora se ajuste a flor de la del semirremolque coincidiendo ambas superficies, sin permitir ni espacio ni demasiada presión hacia arriba. El lograr la medida cabal sería lo que más importaba. Apuntando demasiado bajo o alto siempre resultaría malogrado. Retrocediendo ahora con cuidado se producirá un simple “clac” y el semirremolque quedará enganchado. No hay que olvidar levantar los pies de aparcamiento antes de arrancar. Si alguien me hubiese explicado todo esto ab inicio, entonces tal vez en este momento no me viera parado aquí. Hay que ver al transportista dispuesto a tomarse el tiempo para tal explicación. Ahora me tocaba a mí golear de alguna forma, por eso le conté que mi profesor en la autoescuela había sido el mismo el que también tuviera a Michael Schumacher como alumno, sólo que yo obtuve el carnet con cinco años de anterioridad. Nada de importancia en mi lugar de origen donde, respecto de mi quinta escolar, seguro que docenas de jovenes hayan practicado con Karl-Heinz vom Zippe. Pero en España donde, a semejanza del profeta en país extranjero, Michael Schumacher se encontraba en un piedestal de héroe casi más alto que fuera el caso entre nosotros en Alemania, tal afirmación suele levantar tanta incredulidad como para dar lugar a repetidas aseguraciones de que realmente no se trataba de un chiste. Luego suelo mencionar que, aparte del mismo profesor de autoescuela, Michael y yo no tenemos nada en común. Lo que cuenta para él no es sino el lapso mínimo entre salida y llegada. La mirada mía se va fijando siempre más en las muchas cosas interesantes que se divisan a mano derecha o izquierda del camino pero que, cuando uno anda en camión, desgraciadamente no permiten dedicarles el tiempo que merecen. Y eso ni mucho menos en una carrera de la fórmula I, pues cuando yo llego a la meta probablemente allí ya no quedaría nadie. Sin embargo, siempre tengo un ojo avizor para lo que esté pasando delante de mí, si no terminaría como Karl Lagerfeld el que según cuenta, poniendo demasiada atención a las cosas bonitas al lado de la carretera, y en dos ocasiones salvándose con siniestro total, había de escaparle a la muerte por los pelos, hasta que un día decidiera renunciar al volante. El mecánico seguía fijando las tuercas como si nada. Parecía gozar de su labor igual que de una meditación, perfeccionado cada movimiento de su mano. Me preguntó si era realmente cierto que las autopistas alemanas, por lo general, careciesen de limitación a la velocidad. Al confirmarle que sí era cierto, volvió a insistir: ¿ “En Alemania se permite acelerar el coche hasta cuando uno pueda” ? Se permite, le dije, pero que el problema estaba en el poder. Que no había que imaginarse que la autopista alemana fuese parecida a la española. Contrario a las pistas de lujo españolas, las alemanas están plagadas de largos tramos en obras y de vehículos. No se trata solamente de las masas alemanas que allá se están agolpando sino que, con nueve países vecinos y los vecinos de ellos, es media Europa la que se está arremolinando ahí, y más encima exento de peaje en aquel entonces. Que por ello no se ilusione demasiado cara a una pequeña escapada a Alemania. Para no hundirle completamente en el desengaño, le recomendé tener paciencia para que le tocaran en suerte las horas de relativamente poca circulación como las suele haber en cualquier autopista. Arreglado la avería y firmado el talón de entrega, me encaminé para volver a la base. Mientras estaba practicando, hoy por segunda vez, enganchar el semirremolque, lo cual ahora sí me resultó a la perfección, vino cayendo la noche. El semirremolque sí quedaba enganchado a cal y canto, pero las conexiones de los cables no eran las que venía conociendo. Me dio la impresión de que faltaba un cable. Hesité un momento antes de volver a traerle a mi pobre jefe el sudor a la cara, pero luego de unas comprobaciones y tests sí llamé. Hechos los cables objeto de algunas explicaciones por teléfono, Don Pepito supuso que ese semirremolque requiriese de conectar el cable ABS. Este mismo se encontraría detrás de la tapa junto a la puerta del conductor. Pero allí no hubo cable. Que era imposible, me replicó, pero aun comprobando una y otra vez más, no aparecía. Me recomendó averiguar en el taller si disponían de uno para mí. Ahora, - ¿ hay quienes se preguntan por qué razón tuviera que ir 10 km a otro taller cuando aquí había uno ? Aquí solamente se reparan remolques y semirremolques propiedad de Mariposas. De todos aquellos coches propiedad de los transportistas, son ellos mismos los que habrán de preocuparse. Seguramente era por ello que Don Pepito se quedara tan fresco al conocer mi avería en el puente de Le Mans, donde el toldo del semirremolque había rozado el techo, - es que no era suyo. Pues me dirigí al taller de enfrente, pero aquí todo ya estaba oscuro y cerrado. Luego de otra llamada me envió a la oficina de la base, que allá siempre habría alguien los 24 horas al día. Allí encontré a gente, pero de cable ABS tampoco disponían. A eso de las 22:30 horas sin embargo se produjo una sorpresa. Antes de acostarme me había instalado cómodamente en mi asiento gozando de la vista del surtidor de gasóleo frente a la entrada. De repente entró un camión ¿ y quién fue él que bajó en la gasolinera para reponer sus depósitos ? El hermano del jefe. Vino hacia mí haciendo señales con la mano. No tenía mucho tiempo, me dijo, acababa de llegar de Francfort del Meno y le tocaba seguir a Valladolid. Pero que su hermano le había pedido por teléfono que me atendiera a mí. Habiéndose convencido de sus propios ojos de que detrás de la tapa no hubiese cable ABS alguno, desapareció en la oscuridad de la noche. Dentro de poco rato reapareció de entre una hilera de camiones aparcados enfrente, blandiendo con cara radiante un cable ABS por encima de su cabeza. Hijo de puta madre ¿ dónde lo encontró ? Pero yo me guardé la pregunta en el buche, ni que me interesaba tanto el detalle. Ahora todo iba ¡ zas ! y ¡ zas !, y en un periquete resultó conectado. Y como hoy todavía no había trabajado (es decir: hecho kilómetros), pues a ver si me alegraba de encaminarme. Me encargó ir ahora los 400 km redondeados hasta Burdeos, dormir algunas horas, pero no tantas. Porque de todos modos hasta sábado 22:00 horas debía llegar lo más lejos posible. Luego tendría que quedarme en un aparcamiento hasta domingo 22:00 horas, por la suspensión francesa de los camiones los días domingo. La empresa lo consideraría deseable y fácil completar el sábado los 600 km de Burdeos a Paris. Y que recordara el detalle importantísimo de seguir de todos modos y sin falta el domingo a las 22:00 horas en punto para llegar a Gent la mañana siguiente, evitando así atascarme en Paris a la hora de punta. Pues bien, volver a Francia, pasando el taller de la DAF, cuesta arriba hasta Etxegarate y luego cuesta abajo hasta San Sebastián, en esta dirección no hay aquella curva de la hostia. Fumando otra vez más, atravesé la noche y la música psiquedélica de un dial vasco me hizo navegar ligeramente cual conductor de una nave espacial. Me sentía sorprendentemente cachas, incluso el largo tramo de obras entre San Sebastián y la frontera lo pasé volando como un pájaro, es que a esta hora si apenas hubo tráfico. Fueron las numerosas paradas en los puntos de peaje a cada cuantos kilómetros antes y después de cruzar la frontera las que empezaban por darme sueño. Seguí unos 100-150 km Francia adentro hasta ponerme una vez más en un aparcamiento, instalándome allí comodamente.


Sábado 01-10-2005 - Paris de noche

No recuerdo a qué hora de la mañana me desperté. Como de costumbre me lavé a lo gato y, estando en Francia, desayuné café con croasán. Había visitado esta gasolinera junto a un compañero cuando ambos trabajábamos para otra empresa. No me acuerdo quién fue, si español o búlgaro, de todos modos todos estos tomaban café desde la mañana hasta la noche. Una de cada dos gasolineras que pasábamos solía provocar casi siempre la sugerencia: ¿ “Tomamos un café” ? Por la mañana me bastaba con un café, de día prefería tomar agua y por la noche un poco de cerveza para conciliar el sueño, son una lata estos aparcaderos cuando uno no está cansado. Pero casi siempre podía prescindir de la cerveza por sentirme lo suficientemente fatigado para pegar ojo. Pronto volví a pasar por Burdeos y luego, para ahorrar peaje, cambié de la A 10 a la N 10 para Poitiers pasando por Angoulême. Recuperando la A 10, me encontré en el enfiladero con un turismo las luces de advertencia puestas. En los asientos traseros había dos niños y un señor estaba haciendo señas desde la ventana de su puerta.. Pues vaya, me paré. El hombre vino corriendo hacia mí y se encaramó a la cabina por el lado del conductor auxiliar. Me dijo que junto con sus hijos venía del este de Europa y quería llegar hoy mismo a Paris, que ahora se le había acabado la gasolina. No quería que le regalaran nada, dijo, sino que él me iba a regalar un anillo la mar de valioso si yo pudiera ayudarle con algo de dinero para comprar gasolina, 50 euros ya serían una gran ayuda. ¿ Creía que me había caído del guindo ? Sin embargo le di las gracias por su oferta harto generosa, explicando que me resultaba imposible aceptarla, amén de que yo mismo hoy todavía no había comido nada y que en mi monedero no me quedaban más que un billete de cinco y de diez respectivamente, lo que por suerte era cierto y se lo enseñé. Después de haberle regalado los cinco se empleó a persuadirme de regalarle también los diez en trueque por el anillo, pero a la larga se resignó. ¿ Sería porque al fin y al cabo yo le inspiraba lástima ? De vuelta en España se quedaron lelos al saber que en aquella situación no solamente me hubiese parado sino, lo que era peor, abierto la puerta. Pararse, o.k., y en caso de emergencia llamar asistencia por teléfono, pero abrir la puerta: ¡ ni leches ! ¿ Cuántos billetes habría de barruntar el individuo para arrearme una buena ? Seguro que hubiese acabado con ese canijo pero, ¿ cómo iba a saber si él no andaba de alguna manera armado, o bien si sus hijos no guardaran a la escondida en el maletero unos tiarrones de hermanos ? Seguí viaje sin más molestias, pero pasado un rato sonó el teléfono, a mi jefe le hacía urgentemente falta el talón de entrega respecto de los tubos plásticos de Miranda. Que le enviara un fax desde la próxima gasolinera. Por lo tanto me paré en la próxima gasolinera, a ver si disponían de fax. Sí, disponían, pero por hoja cobraban 3,50 euros. Menuda. De aflojar mis últimos 10 euros me quedarán 6,50, como siempre. Apenas había enviado el fax, mi jefe volvió a llamar alegando que existía otra página más que llevaba la firma, la primera página por si sola no le servía. Qué leñe, con tres euros en el bolsillo seguí viaje rumbo a Paris. Y qué lata, iba todo derecho durante horas, si bien con la radio puesta. A eso de las 21:00 horas cogí la salida de Villejuif a poca distancia del Boulevard Périférique. En Villejuif había pernoctado una vez con Miriam hace dos años, cuando en coche fuimos de Gross-Umstadt a Valladolid. Atravesé Villejuif, suburbio parisiense al sur del centro, primero en dirección oriental desde la A 10 rumbo a la N 7. La calle estaba más angosta que un corsete con los lados llenos de coches aparcados y permanente circulación de enfrente. Entero, aunque empapado en sudor, topé con la N 7 para Orly exactamente en aquella parada del metro donde hacía dos años había esperado el tren que nos llevaba a casa de la Daphne entonces embarazada, su marido Jean-Paul y Aurelia. Pues doblé, sin dar al traste con nada, en escaso ángulo derecho hacia el sur y seguí algunos kilómetros todo derecho. Ya no me quedaba mucho tiempo para encontrar un paradero donde dormir. Ya eran casi las nueve y media, cuando en Rungis descubrí un indicador que señalaba un aparcamiento camionero. Dando varias vueltas en círculo me dirigí siempre por el indicador, sin embargo no encontré nada. Como Genko me había comentado lo caro que pudiese resultar desatender la suspensión de camiones los domingos en el País Vasco, me sentía desanimado y abandoné la búsqueda, por lo que respecta las multas los franceses seguramente tampoco serían melindrosos. Simplemente me quedé alguna parte al lado de la calle. Pues ahí estaba, en un polígono industrial medio a oscuras, al lado de una nave de unos 20 m mínimo de altura y sin ventanas, debajo de un farol todavía más alto y miré por la ventana. Por aquí no había grifo, ni váter, ni café, ni comida, ¿ qué iba a hacer por aquí hasta domingo por la noche 22:00 horas con tres euros en el bolsillo ? Llamé a Frédéric, a ver si le ocurría algo, pero él no estuvo en su casa, le dejé un mensaje en el contestador. A Frédéric lo conocí en 1987 en Avignon haciendo un viaje bastante estrafalario por el sur de Francia. Lo voy a ver cada 10 años en promedio, lo que no resulta tan fácil por sus frecuentes mudanzas. En verano vivía aún en el centro de París, ahora en otoño tiene morada en las afueras, en Fontenay Fleurie, pasando Versailles. En la primavera de ‘99 fui con Anette a verle en Evreux en Normandia, donde vivía con mujer y cuatro hijos comunes en una antigua casita propia. Luego de una separación pacífica de su familia, vivía un rato a solas buscando al hombre de su vida. Eso sí me ha asombrado bastante a la hora de enterarme de ello, pero sobre nuestros contactos no ha tenido efecto alguno. Pocas semanas en adelante me escribiría que había vuelto a París para vivir cerca de la ópera, junto a un cantante de ópera, del cual estaba enamorado. La última noticia que tenía de él decía que había vuelto a Normandia donde vivía en la cercanía de sus hijos. Vaya, pues yo me encontré sentado en mi DAF, tres euros en el bolsillo, en una Rungis nocturna donde no andaba ni un alma, y decidí dar un paseo. Desandé unos kilómetros la N 7 rumbo a París. En el camino no encontré cajero automático, pero sí un restaurante McDonalds con pila y váter. Los tres euros que me quedaban los prefería guardar para el día de mañana, ya que tenía todavía unas conservas de comida seca en mi caja guardada en el DAF.


Domingo 02-10-2005 - Con Frédéric en el país de los manzanos

Cuando había tomado un desayuno frugal cuyos ingredientes sacaba de mi cajita de alimentos, sonó el teléfono sobre las 10:30, era Frédéric llamando. Me preguntó si deseaba hacer una excursión junto a él a Normandía, para visitar a su hermana en las afueras de Bernay. Que allí hoy mismo se iban a celebrar cuatro cumpleaños, los de Frédéric, de su hermana, de su ex, y de uno de sus hijos, que todos cumplían años en los meses de septiembre y octubre. Pero, eso sí, tendría que darme prisa, el tren saldría de la estación St. Lazare dentro de una hora. Sin duchar y vestido de los mismos trapos que llevaba desde hacía una semana, me puse rápidamente los zapatos. Por suerte la plata me alcanzaba para tomar un bus hasta la próxima parada de metro y un pasaje hasta St. Lazare. Transpirando y sin aliento llegué efectivamente a tiempo en el andén, donde Frédéric ya me estaba esperando con una bolsa de croasán y dos billetes haciendo señales con la mano. Me relajaba gozando del agradable viaje en tren, que saliendo de París, de vez en cuando bordeando el Sena, nos iba a meter cada vez más en Normandía hasta que, tras unos 180 km de viaje, entramos a la estación de Bernay. Aquí estaba esperándonos con su pequeño Peugeot la madre de Frédéric, a quien hacía años conocí en Burdeos. Luego de una bienvenida efusiva salimos para fuera, al país de los manzanos, a la casa de Babette, hermana de Frédéric, la que allí vivía con su marido Nicolas y sus tres hijos. Una casa larga y grande, con inmenso jardín, mucho césped, parque infantil y manzanos. Dentro, todas las mesas disponibles de la casa estaban colocadas en fila, la mesa de la cocina, como no pasaba por las puertas, la había que trasladar sacándola por la ventana de la cocina y entrándola por la ventana del salón. A Babette y a Nicolas ya los había conocido en Burdeos, cuando por casualidad fui a ver a Frédéric con motivo de su cumpleaños, y él vivía un tiempo en casa de su madre. Hoy, 17 años más tarde, volví a hacerme caer para el almuerzo de cumpleaños, como correspondía. Babette y Nicolas tenían ahora tres hijos, una chica y dos chicos, mientras Frédéric y Corinne llegaban a cuatro, una chica y tres chicos. Y todos, presentes. Cuanto en España Michael Schumacher vale muy bien para la cosa del paripé, tanto lo vale Pablo Picasso en Alemania. En Francia ambos sirven bastante bien al respecto. Pues una tía de nuestro hijo es sobrina segunda de Pablo Picasso, eso sí cuela, sólo que tiene el inconveniente de ser verdad a medias. Porque esa tía al fin y al cabo no llegó a ser tía. La casa de los novios ya estaba construida, la boda con mi cuñado estaba inminente (mucho antes de que yo apareciera), pero la buena tía se acojonó y se dio a la fuga. Zampadas muchas especialidades normandinas hechas en casa y condenadamente sabrosas, los niños salieron al jardín para darse al fútbol. A excepción de Mathilde, hija de Babette, la que prefería ayudar a su papá recoger manzanas para el pastel. Jugando con sus hermanos y primos, Abigail, hija de Frédéric, chutaba igual que un macho. Cuando la había visto la última vez en la primavera del ‘99, ella y su hermano Eloi tendrían unos 7 o 8 años, creo, Calixte estaba todavía verde, mientras Etienne se encontraba aún en la barriga de Corinne. Los hijos jemelos de Babette, Benoît y Clement parecen ser algo más jovenes que Abigail y Eloi, mientras Mathilde, la recolectora de manzanas, tendría la edad de Calixte. Al tiempo que todos se habían cansado jugando al fútbol y les volvía a dar hambre, los pasteles de manzana estaban listos, así que volvimos a reunirnos alrededor de la mesa. Cantando el “happy birthday” en francés, inglés y hasta en alemán, trajeron un pastel de manzana adornado de siete velas encendidas y lo pusieron en la mesa delante de Calixte. Apagadas éstas a soplos, se intercambiaron a diestras y siniestras numerosos paquetitos de regalos cuyo desempaqueteo se acompañaba de grandes aplausos. Librada la batalla de los pasteles y del café, se celebraba un buen rato la suerte de la despedida, con mucho besuqueo, abrazos y apretones de mano, y luego la mamá de Frédéric volvió a llevarnos a la estación. Fue un día, tan irreal como un sueño, que anoche ni en mis sueños más atrevidos hubiese imaginado. Nada más triste que Miriam y Álvaro estuvieran tan lejos. Pero con cada kilómetro que el tren me acercaba a París volvía a la realidad, a las 22:00 horas pondría el DAF en marcha para irme a Bélgica. En la estación de St. Lazare encontré un cajero automático, menos mal que pudiera devolver a Frédéric el dinero del billete de tren antes de sumergirme en el metro. A eso de las 21:30 horas estaba sentado otra vez en el DAF deseando nada más que de escamotearme detrás del asiento para cerrar los ojos. Pero a las 22:00 horas en punto salí zumbando, de entrada siempre derecho ciudad adentro, hasta llegar al Boulevard Périphérique, después dando media vuelta alrededor de París, en ocasiones me permitía dar un vistazo a los monumentos parisienses de noche alumbrados, hasta dar con el enfiladero a la A 1, que me llevaría a Bélgica. Atravesaba el túnel debajo del aeropuerto Charles de Gaulle siempre todo derecho y derecho, de manera que después de unos 200 km me di cuenta de haberme perdido una salida para quedar en la A 1 rumbo a Gent. Ahora iba por la A 2 rumbo a Bruselas. Como este rodeo no tenía realmente importancia, ni siquiera hice el intento de volver y simplemente seguí mi camino...


Lunes 03-10-2005 - Cercado por 5 luces azules

...pasando Cambrai y Valenciennes hasta llegar a la frontera belga. Apenas si me daba cuenta de ella, de no primar iluminación festiva en ambos lados de la autopista. Más tarde, cuando una vez fui de noche en avión desde Londres al Hunsrück, estas cadenas de luz me señalaron de inmediato dónde empieza Bélgica y dónde termina. Poco menos solo en la pista, vivito y coleando iba rodando bajo el cielo estrellado por los carriles que forman un arco elegante alrededor de Bruselas, buscando de reojo el Atomium que esperaba fuese de noche alumbrado, pero no lo divisé. Los restantes 70 km hasta Gent, donde llegué a eso de las 5:00 horas, iba monótonamente siempre derecho. Al norte de Gent, donde estaba buscando el destinatario de mi flete, fondeaban en la inmediata proximidad unos tremendos barcos transatlánticos. Como el mar distaba unos 50 km, - vaya canales grandotes que ha de haber por aquí. Llegado al portón de la Volvo me acosté un rato, pero a las 9:00 horas ya sonó mi despertador para empezar la descarga. De entrada con los documentos de una oficina a otra, luego esperar un poco. Finalmente me permitieron entrar en una de las naves - y venga esperar. Poco más tarde llegó otro alemán, hombre corpulento, que entraba en la nave, a él también le tocaba esperar. Sólo comentó que si esos le hacían esperar sentado, toda la vaina se quedaría en el camión y él se iba a volver a casa, pues a las 16:00 horas se plegaba, cojones. Llegó el momento cuando sí nos sacaron la carga, y hacia la una de la tarde salí a otro recinto donde debía recargar europalé vacío. A partir de la una y media me vi allí esperando en una cola larga, y una vez más no podía dormir porque cada quince o treinta minutos tocaba avanzar un trocito. En los intervalos de parada me paseaba por entre los vehículos, un rato reposaba al borde de un estanque con patos en los confines del recinto, haciendo el sentido de la vida objeto de mis reflexiones. ¿ Me encontraría yo por aquí sentado, si Jesús Cristo cuando chiquillo se hubiese caído escalera abajo rompiéndose la crisma ? Probablemente que no, pues ya nadie hoy en día se acordaría de él, y a nadie le constaría que hubiese vivido hace 2000 años. Seguro que contaríamos con otra era diferente y tantas cosas habrían transcurrido de manera diferente, al efecto de que la mayoría de nosotros nunca hubiese visto la luz del mundo. ¿ Pero qué importa la friolera de 2000 años ? Considerando en una medida plegable un milímetro como representante de mil años, entonces hace 2 milímetros que Jesús fue crucificado, los seres humanos existirían desde hace cuatro metros, 60 metros atrás desaparecieron los saurios llegados hace 120 metros y, según dicen, cuatro kilómetros atrás nuestro planeta ha comenzado a dar vueltas. A cuento de qué esos 2 milímetros. Regresando a mi DAF, descubrí por entre todas esas camisas de leñadores sin afeitar algo como una Claudia Schiffer de peto azul conduciendo un Mercedes Actros de rojo subido. Como yo no era el único que la iba rondando con todo respeto, a pesar de que ella anduviera con matrícula alemana, empezó por darme lástima, con tanta hermosura puede que circule más solitaria por las autopistas europeas que mis compañeros masculinos. Cuando más tarde mi cabina de conductor se encontraba al lado de su coche, me di cuenta de que estaba hablando sin pausa por teléfono, acaso haya mujeres que con una tarifa plana del móvil se sienten incluso más felices en carretera que en su casa. Como yo desviaba rápidamente la mirada cuando ella me dedicaba una de las suyas en momentos de escuchar a su interlocutor, no hubo oportunidad para preguntarla quién era y cómo le había caído este curre. Pronto me tocaba recibir mi carga y hacia las 17:00 horas mi remolque estaba atestado hasta el techo con palé. Como tenía por delante más de la mitad del tiempo de conducción diario, salí enseguida volviendo rumbo a París. Compré unas galletas belgas, chocolate y cigarros en una gasolinera que encontraba por el camino. En la frontera francesa llamé a Frédéric por medio de mi móvil francés para ver si podía quedarme con él, llegué a París a eso de las 22:30 horas. Si habría que hacer una pausa para dormir mis once horas, pero ¿ dónde pegar ojo en el Boulevard Périphérique ? - aparte de que Frédéric me estaba esperando. Llevaba una hora dando la vuelta alrededor de París, luego pasé por Versailles y a las 23:30 horas llamé a Frédéric desde la entrada al pueblo informándole que no podían entrar los vehículos de más de 7,5 t. A ver si conocía otro camino y si acaso disponía de aparcamiento. Vaya, pensé, cuando me dijo que seguramente podía aparcarme en su patio, pero sí seguí su descripción metiéndome por caminos aventureros, curvas acutángulas y callejitas muy estrechas dando la vuelta alrededor de Fontenay Fleurie para encontrar en la entrada al pueblo, situada por el lado opuesto, el mismo indicador: hasta 7,5 t máximas. No importa, pensé, y seguí camino, la calle principal estaba bastante recta y suficientemente ancha. Pero como Frédéric no vivía en la calle principal, tuve que pararme otra vez y volví a llamarle, que con este vehículo no podía buscar dirección en una callecita travesera. Poco después ya le vi desde lejos caminando a mi encuentro haciendo señales y seguí un tramo hacia él. Después de saludarnos en medio de la calle, él abrió tanto ojo diciendo: “Esto si no cabe en mi patio.” Por tanto fuimos a buscar un aparcamiento. Después de unos cuantos kilómetros siempre derecho no encontramos alguno, pero al menos hubo posibilidad para dar vuelta con el vehículo. Fuimos volviendo, y allí mismo donde estaba la travesera para llegar a su casa aparqué en medio de la calle. Ésta estaba bastante ancha por aquí, a pocos metros de distancia transcurría la A 12 que allí pasa por encima de un puente. Entre los carriles derecho e izquierdo hubo además una franja de asfalto pintada de rojo, por cierto no se trataba de un aparcamiento, pero de un carril tampoco. A los 0:30 quité el contacto y puse el tacógrafo en pausa. Cogimos un tramo por una calle y luego atravesamos por unos estrechos caminos asfaltados, festoneados de setos, una población de bloques residenciales relativamente nuevos ya venidos un tanto a menos y de mediana altura hasta llegar a su puerta. El zaguán bastante descuajeringado y un ascensor todavía más descuajeringado no me hicieron buena impresión ni mucho menos. Incluso lo que me contó del propio arrendatario de su piso que había ocupado en calidad de subarrendatario, me causo un espontáneo sentimiento de tristeza, melancolía y pésame para con todos los habitantes de esta casa, si no todo el barrio. El minúsculo piso miserablemente amueblado tampoco valía más que el resto de la casa, pero sus escasos bártulos que pudiesen encontrar cabida dentro de unas pocas maletas conferían al imagen cierto encanto particular. Aquel lío caótico de libros, discos, prendas, diarios y papeletas aparentemente esparcidas alrededor de un sofá, un colchón en el suelo, una mesita y dos sillas me recordaban mi amigo Uwe. Su casa ofrecía aspecto parecido, por ello me consta de que cada papeleta tiene su sitio cabal, de modo que si alguien osara crearse espacio “ordenando” un pelín las cosas, todo el sistema ingenioso quedaría jodido y el dueño de las papeletas nunca más sabría arreglárselas en la vida. Por tanto tomé asiento en una silla por suerte desocupada y Frédéric se sentó en la otra. Después de haber conversado un rato del domingo en casa de su hermana, mis familias en España y en Alemania, su trabajo y el mío, me ocurría que pudiese haber gato encerrado respecto del aparcamiento escogido. Tampoco era cuestión de seguir viaje, mi tacómetro diario ya rebasaba lo lícito, pero a lo mejor valdría más dormir en el vehículo, entonces él al menos no tendría problema. Frédéric me acompañaba vuelta al DAF, y al doblar la última esquina apenas si salí del asombro. Cuatro de los cinco coches patrulla, las luces azules puestas, habían cercado mi camión, y por todas partes pululaban agentes. Me dio un sobresalto, eché a correr hacia ellos gritandoles en mi confuso español y francés: “Hola, ¿ qué pasa ? ¡ Je suis le conducteur !” Pensé que fue el hecho de aparcarme en la franja central de la calle el que daba lugar a su masiva presencia, y eso en media de la noche en este villorrio perdido, deben de desvariar esos galos. Pero los agentes que me dieron la bienvenida al lado de la cabina de conductor me enviaron lacónicamente a la parte trasera del camión. Los agentes que estaban allí me tranquilizaron diciendo que no había pasado nada sino que todo estaba bien. No comprendí bien, pero ellos insistían en que a mi camión no había pasado nada. ¿ Nada pasado a mi camión, qué es eso ? Solamente ahora se me iba a traslucir que su presencia no se debía a mi persona, sino a un accidente ocurrido directamente detrás de mi vehículo. Uno de los coches con luz azul o amarillo o verde en su techo no era ningún coche patrulla, se trataba de algún vehículo de la comunidad, eso sí, pero no de un coche Z. El conductor había segado, no sé por qué, todos los señales de tráfico colocados en el burladero de peatones detrás del DAF y había llegado a pararse a pocos milímetros delante de mi paragolpes. Aunque me daba la impresión de que nadie quería inculparme de nada, estaba rasgándome las vestiduras a ver si daba con los vocablos franceses adecuados que pudiesen explicar la razón porqué no podía menos de aparcarme aquí. En eso me ayudaba Frédéric al que supe sugerir en inglés lo que debía esplicar a los agentes en francés. Con la adrenalina algo en subida les expliqué que era pricipiante alemán conduciendo un camión español, que tenía rebasado mi horario lícito y que por pura desesperación y temor ante un control policial no me había ocurrido otra solución que la de sacar a mi amigo de la cama, en plena noche, para dormir un par de horas en su casa, dejándo al camión aquí parado. Que sólo una inquietud en mi fuero interno me hizo volver, y ahora eso, a ver si me iban a entrullar ahora o si me permitían o mandaban pernoctar en el camión. Todos ellos se aplicaron a tranquilizarme, que me sentara tranquilamente al volante y me fuera. Pero ya no debo conducir, mi tacógrafo, qué pasaría si me cogen en un control policial, me van a quitar el carnet o incluso me van a entrullar. Iban poniéndose impacientes, me dieron la garantía de que nadie me iba a confiscar el carnet o encarcelarme, que a algunos kilómetros de aquí, andando siempre derecho, había un polígono industrial muy tranquilo donde tumbarme, pero que me largue, y ya. Muy bien, pensé, ojalá Dios te oiga. Me despedí, di las gracias y pedí disculpas a Frédéric por lo de las últimas dos horas y arranqué. Naturalmente no encontré el polígono industrial, pero sí en vez de ello un camino asfaltado en un callejón sin salida, en medio de unos aparentes huertos familiares en Plaisir. Allí me tumbé como un saco detrás del asiento para dormir profundamente hasta que...


Martes 04-10-2005 - Casi en Neauphle le Château

...volví a despertarme por la mañana. Me encontré cerquita de la casa de Gilles, padre de Aurelie. Hace 20 años más algunas semanas le conocí al regresar, junto a mi amigo Stephan, de un viaje al atlántico, cuando llevamos a sus hijas Aurelie y Elvire desde el atlántico para acá. Él es pintor y habita una fenomenal casita antigua en la Grande Rue, lo cual significa calle grande, pero no se adecua en absoluto a una visita mía en camión. La última vez que fui a verle fue con Miriam hace dos años en Noviembre cuando ibamos camino a España. Además no habría servido que para asustarle, si yo tocara la bocina del DAF frente a su puerta. Abandoné la idea y regresé un tramo hasta Versailles. Allí cogí la N 10 pasando por Rambouillet hasta Ablis, y luego la N 191 hasta llegar a la A 10. Se modo monótono andaba todo el día siempre derecho reflexionando sobre la velocidad de la luz: ¿ Así que se supone nada sea más rápido que la luz ? Pero qué pasa si voy imaginando un lápiz que desde aquí alcanza hasta Marte. Ignoro esa distancia pero, para facilitar el cálculo, pongamos 100 millones de kilómetros. Vale decir unas 260 veces más lejano que la luna. Para llegar a la luna, la luz lleva algo más de un segundo y a Marte, dada la supuesta distancia, entre unos cuatro y cinco minutos. Ahora, cuando yo me pongo a tirar del lápiz o empujarlo, ¿ apenas si lleva 5 minutos hasta que en el otro lado alguien lo vea ? Cuando hubiese un astronauta en Marte sentado al otro lado del lápiz, entonces éste, tirando del lápiz o empujándolo, sería capaz de señalizarme el recibo de mi SMS. ¿ Y que pasa, si el lápiz tuviera la longitud suficiente para parar en otro sistema solar ? ¿ Sería posible tal cosa como email-señales-morse enviados por lápiz a otros planetas sin que medie intervalo temporal ? ¿ A planetas no visibles por nuestros telescopios hasta que pasen decenas de milliones de años, porque la luz lleva viajando tanto tiempo ? Vaya, probablemente no sea posible, si no alguien ya habría tirado de la manta. Por la tarde vine a llegar al aparcadero de Cestas, situado a pocos kilómetros pasado Burdeos, y allí dedicaba una visita a la tienda de recuerdos de viaje antes de pegar ojo.


Miércoles 05-10-2005 - Cuatro estallidos en un día

A las 7:00 horas de la mañana llamé desde una cabina telefónica a mi amigo Pedro en Greifswald, sabía que a esta hora estaba a punto de salir chanteando rumbo a su sitio de trabajo. Hacía tiempo que no tenía noticia mía, y se puso muy contento de saber de mis aventuras horriblemente entretenidas. Pocas horas después volví a recalar en San Román, mis ánimos vacilaban entre la alegría de volver a estar con mi nene, y la ira de tener que marcharme ya, qué vida jodida. En el patio ya había a un colega esperando para llevar mi remolque al interior de España. ¿ Y por qué eso ? ¿ Cómo que no me tocaba seguir ? Conque ya estaba llamando mi jefe para comunicarme la matrícula de un remolque a descargar en Verdun. ¿ En Verdun ? ¿ Otra vez volver casi hasta Alemania ? En Verdun no conocía a nadie y lo que me esperaría sería pasar un triste fin de semana en un aparcamiento. Conque aquel día por primera vez se me acabó la paciencia, ya no pude seguir haciendo el sereno estoico aparentando una actitud de máxima profesionalidad. Eché a rugir por teléfono como un jabalí reventado, y mi jefe contestó rugiendo igual. Luego de unos breves cacareos descabellados, sin que uno entendiera mucho de lo que decía el otro, mi jefe propuso colgar por ahora, que dentro de una hora volvería a llamar. Poco después vino mi colega saliendo de la oficina para pedirme los documentos de flete respecto de la carga de mi remolque. ¿ Documetes de flete ? No ve que no traigo nada más que un remolque lleno de viejo palé ? Que no disponía de documentos de flete, le dije. Ahora fue éste el que echó a rugir y yo, por segunda vez, perdí el tino. Estuvimos al lado de mi camión tratándonos a gritos desatinados. Que yo era un tonto de remate, que cómo puede uno ser tan gilí como para echar a salir sin documentos de flete. Que el tonto de remate era él, le grité, que los de Gent no me habían entregado ningunos. Que yo era más que tonto de remate, que los documentos no te venían entregados, que él conocía la Volvo en Gent, sino que, cargado el camión, tendría que haberme avenido a subir la escalera, en vez de echar a arrancar. Más tonto de remate, repliqué, que eso no me había dicho nadie. Tiró al suelo un fajo de cuartillas que llevaba en la mano diciendo que, joder, que a esa macana de remolque se lo lleve quien quiera, que no sería él. Terminó por lametar que en el camino la policía no me hubiese pedido los documentos, ahí otro gallo me cantaría, y se largó. Me eclipsé dentro de mi cabina de conductor mirando por la ventana a guisa de vaca enferma. Entonces fue Miriam quien llamó, y yo intenté contestarle dónde me encontraba y cómo estaba. En eso volvió a llamar mi jefe por el móvil de servicio pidiéndome descolgar simplemente el remolque con los palé y dejarlo donde estaba. Cuando me pasó la matrícula de otro remolque con destino en Sevilla, al otro extremo de España, la cosa volvió a calentarse y poco después volvi a reventar, fue estallido número tres. Denostándonos uno a otro de lo más salvaje, le dije al final que ya no iba a ninguna parte, que se las arreglara como quiera, que sólo me interesaba irme a mi casa. Volvimos a colgar. Fue ahora que me di cuenta de que Miriam seguía conectada por el otro móvil, obligada a escuchar toda esta vocinglería. Le asombraba bastante el amplio vocabulario proletario español que estaba a mi disposición luego de tan pocas semanas en carretera, que gracias a la tecla amplificadora su madre también había escuchado la conversación, asombrada no sólo por mi vocabulario, sino incluso espantada por la súbida del volumen de la voz al que me hiciera llevar. Me pidieron volver a llamar en cuanto hubiera alguna novedad. Entonces me quedaba simplemente buen rato sentado dejando que se quitaran humos. Una vez bajada la temperatura de mis células, mi jefe llamó para preguntarme en voz medianamente amigable, qué tal me parecía llevar el remolque destinado para Sevilla nada más que hasta Valladolid. Asentí y empecé a descolgar el remolque del palé. Bajar los pies plegables, desconectar los cables de conexión, y ahora sólo queda por abrir el cierre de seguridad. ¿ Qué, hostias, estaba pasando ahora ? No quería abrirse. Por más que me esforzara. Incluso con unos compañeros que echaron una mano, ni hablar. Antes de llegar una vez más al punto de querer pegarme la cabeza contra la pared, finalmente sí resultó de alguna manera, y mi DAF estaba libre para su última salida conducido por mi como chófer. Ahora nada más que encontrar el carguero destinado a Andalucía, y a casa, ya. Éste se dejó enganchar sin problema, pero tenía el toldo lateral bastante roto de manera que, salvado algunos kilómetros, éste hubiese ido parando en los agros vascos o castellanos. Luego de una conversación telefónica con mi jefe llevé el chisme al taller del recinto para hacer remendar el toldo. En mi fuero interno seguía hirviendo la agitación compuesta por elementos de agotamiento, agresiones diversas e impaciencia de por fin largarme de este lugar. Una vez remendado el toldo, alguien me señalizó con la mano que saliera del taller doblando a la derecha Pero como divisé una señal que prohibía ir en esta dirección, pues aquí cabía la dirección única, tiré a la izquierda. Por la posición angular del camión hacia la izquierda, entre cabeza tractora y remolque, no podía ver el lado derecho trasero en mi retrovisor. Además, el señalizador no me habia dado más que la señal a mano sin comunicarme la razón por la cual quería que yo tirara a la derecha. Pues tiré para la izquierda, el culo de mi remolque salió a la derecha y, como no podía ver nada en el retrovisor, no fue que por un crujiendo estrépido que me di cuenta de haber arrancado de su cimentación el marco del portón del taller. Y venga otro ataque de nervios, creo que fue la cuarta vez que en aquel día perdí el tino. Antes de que el vocerío de los mecánicos allí reunidos pudiera llegar a su punto álgido, fue la descabellada gritería mía la que rebasó la de los demás, fiel al lema “la ofensiva es la mejor defensiva”. Desarmando el empuje de sus ataques verbales les di la plena razón a todos, y eso de voz más fuerte que las de los demás. “¡ Matádme !, ¡ Soy el mayor gilipollas que anda por el mundo !, ¡ Ya no quiero vivir más” !, ¡ Que me subáis a un cerro para echarme abajo !, ¡ Pegádme una bala, o aplastadme simplemente con el DAF !” Así o de modo parecido debo de haber repondido, consiguiendo que la mayoría de ellos rápidamente vinieron a bajar de tono. Uno solo se cabreó conmigo hasta el punto de aparentar ánimo de zurrarme. Pero como seguí, en voz alta, dándole la razón con todo lo que me estaba echando en cara, ante los testigos no encontraba justficativo suficiente como para asestarme el primer golpe. Y como yo tampoco le hice el favor de dejarme llevar al primer golpe, le privaba de la alegría y del placer de hacerme llegar el eco. Cuando, por fin, se habían calmado los ánimos mi jefe volvió a llamar, pidiendo que descolgara el remolque destinado a Sevilla, que a por este carguero ya estaba viniendo otro conductor. Que enganchara un flete para Valldolid y simplemente volviera a casa. Dirigí mi camión a un sitio adecuado para descolgar el remolque para Sevilla. Otra vez más el descuelgue no funcionó, la leche de máquina jodida. Realmente no funcionó, ni empujando el teléfono en una mano conectando con el jefe, y manejando los ganchos con la otra. Ni cuando llegó el otro conductor para hacerse con mi remolque, y aquel junto a otro se aplicaron a fondo, pero no hubo caso. Mi jefe me pidió que volviera al taller a por asistencia. Cuando llegué allí, la puerta estaba cerrada y no hubo a nadie. Pues claro, es la hora de la siesta que lleva 3-4 horas. De vuelta al DAF, de mis compañeros tampoco quedaba nadie. Los busqué en todo el recinto pero no aparecieron en ninguna parte. Afuera tampoco, fuese en el restaurante o en el bar del hotel, ni rastro de ellos. Un rato seguí probando suerte con la técnica, peró pronto me di por vencido. Pasada cosa de una hora vi a ambos, todo desenfadados y serenos, acercándose como de paseo desde la entrada al recinto. Se habían ido en coche a almorzar en otra parte donde la comida daba más gusto, afirmaron. Dabuti, conque me di cuenta de que, una vez más, no había comido nada en todo el día. Ahora nuestro jefe propuso que mantuviera enganchado el remolque para Sevilla y me dirigiese a la empresa en Valladolid para que él me enseñara con cuánta facilidad se descolguiese un remolque. A mi compañero le encomendó llevar el remolque para Valladolid a su destinatario y luego reunirse con nosotros para encargarse del remolque sevillano. Pues eché a salir y llegué a eso de las 18:30 horas al portón del recinto donde Don Pepito tenía sus aparcamientos. Y venga otra sorpresa más. El portero me negó la entrada. Bastante cansado y al borde de los nervios le contesté que eso era de las cosas que no hay, que había salido de aquí mismo, que allá en el mismo recinto se encontraba aparcado mi coche. Declaró tajantemente que Don Pepito no había abonado el alquiler, por lo cual él había recibido orden de impedir el acceso a cualquier de los vehículos de aquel, que me buscara un sitio en la calle para aparcar. Por suerte, en la banqueta no había vehículos aparcados y, una vez dado vuelta al camión, pude pararme allí mismo. Llamé a Pepito para preguntarle dónde estaba y qué estaba pasando. Que no tenía sino unos problemas, comentó, que ya vendría. Mientras le estaba esperando, volví caminando al recinto a por mi coche. Luego llamé a Miriam para anunciarle que estaba de vuelta, pero que iba a tardar un ratito hasta que llegara. Cuando pasado casi una hora mi jefe terminó por llegar, enseguida y sin gastar muchas palabras se empleó al remolque. Fue seguramente una hora que metía dando muchas vueltas y tirones por todos lados, tampoco comentó el que yo sacara poco a poco todos mis enseres personales de la cabina de conductor para guardalos en mi propio vehículo. A eso de las 21:00 horas, efectuado una llamada, me dijo que llevara el camión al taller de la DAF en Boecillo donde le esperara. Con ánimo de bonachón, resultado de mi cansancio puro y duro, le hice este favor, porque de alguna manera éste pobre pedazo de equino me dio pena, parecía sentirse desbordado. A pesar de todo, en alguna parte de mi seno me resultó un tanto simpático, por lo menos no era un anguila tan escurridiza como mi primer patrón español. Entretanto, en Boecillo me estaban esperando varios mecánicos con pieza pesada y, pasada otra hora más, efectivamente tenían la conexión abierta. Sólo que de mi jefe, ni asomo. Cuando le llamé, me explicó que no podía ir, me pidió conducir la cabeza tractora vuelta al recinto y venir mañana a las 9:00 horas a la oficina, que a la oficina le quedaba derecho de acceso. En eso llegó mi compañero quien enganchó a su cabeza tractora el remolque felizmente desenganchado. Como iba a una sucursal menor de Mariposas cerca de Valladolid, para ir a buscar los documentos de flete, seguí su huella, pues anduve el mismo camino. Mientras allí tomabamos café, comentó que si volveríamos a vernos más a menudo. Que eso no era muy probable, le contesté, porque mañana por la mañana iba a pedir el finiquito. Vaya, comentó, eso lo resolverá cada uno según le convenga. Luego se encaminó rumbo a Sevilla, mientras yo salí a la calle frente a la oficina de Don Pepito. Allí subí a mi coche y, por fin, fui a mi casa. Encontrar un aparcamiento a esta hora fue la última molestia a soportar al final de este día. A eso de la medianoche terminé por abrir la puerta de mi casa. Miriam me estaba esperando con miradas que eran todo preguntas, a nuestro chiquillo que estaba durmiendo desde hacía buen rato le di un beso de buenas noches y luego, sin fuerza para detallados relatos, entré en un sueño profundo.


Jueves 06-10-2005 - Hasta la vista y adiós

A las 9:00 horas me personé en la oficina para que me arreglaran los documentos. Terminé por firmar tal cantidad de cuartillas en español, como para comentarle a Carmen mi esperanza de que esas firmas no me convirtieran en comparador de la empresa. Que no, que no, me tranquilizó ella, esto era muy normal y siempre venía desarrollándose así, sin falta. Durante estos trámites, su tío estuvo sentado en otra mesa, callado, estudiando unos papeles. Pero cuando me marché me dio un amistoso “adiós” deseándome mucha suerte. Sentado en mi coche llamé a Miriam para contarle lo ocurrido. Al leerle las diferentes copias ella me recordó el haberme instruido de no firmar la “nómina”. Ni idea lo que era una nómina, pero de todos modos había confirmado el recibo de mi sueldo. Que volviera subir a la oficina, me recomendó, para que me confirmaran en una hoja que el saldo era correcto pero quedaba por liquidar. Vuelto a la oficina, pegando una ojeada hacia su tío Carmen me contestó que eso no era posible. Don Pepito compartió esta opinión y declaró, en español jurídico, que todo era correcto tal como estaba. Le señalé no entender nada de artículos españoles, eso era más bien cosa de mi mujer. Llamé a Miriam y le pasé el móvil a Don Pepito. Se desarrolló un debate agitado pero civilizado, yo no entendí gran cosa, sólo que los papeles iban a quedar tal cual y que Don Pepito se sentía defraudado por mí. ¿ “Cómo defraudado” ?, le pregunté. Tenía que haber avisado, me contestó, jamás haber enganchado un remolque. Pero eso sí se lo había comunicado expresamente a su señorita sobrina antes de emprender mi primer viaje, repuse, echando una mirada a Carmen quien, sonrojada, apartó la vista. ¿ O no era que el mismo cuñado de Carmen se encargara aquella mañana de enseñármelo, ni siquiera permitiéndome el tiempo para practicarlo yo solo ? Don Pepito siguió en sus trece de que yo le había defraudado, pero que no me preocupara, que ya recibiría el dinero que me correspondía. Como tenía claro que ahí me quedaría esperando sentado, me despedí de manera tranquila y civilizada, considerando toda esta experiencia como una especie de autoescuela gratuita que en Alemania me habría costado 70 euros la hora. Pero, no todos mis compañeros tomaban el asunto con tanta serenidad, unas semanas después Miriam me mostró una foto publicada en un diario, en la cual aparecían los restos carbonizados del parque móvil de Don Pepito.


Y aquí como sigue la historia

En los días siguientes nuestros pareceres de cómo ibamos a seguir luchando, no siempre coincidieron, pero Miriam, la mejor de todas las esposas (aunque no estamos casados he plagiado la sentencia de Ephraim Kishon), me dio el permiso de matricularme para un curso de pintura graffiti, antes de que me busquara a otro empresario de transportes. Le prometí emplear la súbita riqueza sobrevenida con pintar camiones, para construir un castillo en el pueblo de sus antepasados. A pesar de sus dudas respecto del realismo de mi sueño, ella me dejó hacer, debía de albergar un presentimiento de que yo pronto volvería en plan voluntario al volante de un camión. La única obra mía, creada durante el curso (corzito Bambi con liebre), viene colgando en la habitación de nuestro hijo.


- Transporte de pan

Mi próximo jefe era un transportista autónomo de pan, quien llevaba, para un consorcio del pan, procuctos de panadería de una fábrica a otra, sobre todo desde Valladolid a Madrid y a Murcia en el Mediterráneo. Disponía de un camión y un furgón, empleados cada uno de acuerdo con el volumen del producto. Me pidió que, de entrada, le acompañara en sus viajes para conocerse mejor, antes de que fuera a ofrecerme contrato de trabajo. El primer día de trabajo fuimos a Madrid, a una fábrica ubicada directamente al lado de la nueva pista del aeropuerto madrileño. La cruz blanca situada frente a la fábrica en la ladera de un cerro, de ahora en adelante la abarcaría a menudo con la vista desde la ventana de un avión. Mi nuevo jefe me invitó a tomar un sabroso almuerzo en la cantina. Cuando estábamos comiendo pidió disculpas diciendo que normalmente la comida aquí era más gustosa. A eso le contesté señalando la importancia de comer mal de vez en cuando, para recordar y no olvidar el valor que tiene la cocina buena. Si el disfrute de una comida bien hecha va en aumento, en la medida en que tomemos en cuenta la catástrofe que se puede encontrar en un plato. La comida perfecta diaria pronto se convertirá en supuesto rutinario, y al cocinero o a la cocinera encomendados de su preparación, rara vez se les llegue al oído alabanza alguna. A mi jefe le gustó mucho este parecer, pero entonces por fin nos tocaba recibir la carga. Me hubiese gustado demostrarle que bien podía empujar yo un remolque a la rampa, a pesar de nuestra posición un tanto angular, pero él se arrugó. No era el transportista común y corriente quien considera como mera herramienta al camión que en ocasiones debe aguantar una rozadura, sino él cuidaba sus vehículos como otros a lo mejor cuidan a su caballo. Tanto así que regresó conduciendo todo el tramo sin dejarme tomar el volante ni una sola vez. La mañana siguiente volví a presentarme a la hora en punto en el portón de la fábrica en donde me llegó su llamada, diciendo que hoy iba a ir un poco más tarde, y sólo para lavar los vehículos, que hoy era un día de huelga de los transportistas, motivada por los precios del gasóleo. Por tanto, a qualquier conductor se le aconsejaba dejar su vehículo aparcado. Y efectivamente, en las noticias abundaban los vehículos incendiados, cuyos conductores no querían entrar en el juego de la huelga. La situación se hizo particularmente peligrosa para aquellos que en su itinerario se habían parado en un aparcamiento para dormir en la banqueta trasera, siendo despertados por las llamas. Pero de lo que yo sepa, por suerte no ha habido muertos. Así que había que esperar hasta que terminara la huelga. Cosa de una semana después, fuimos a una fábrica de pan en Murcia. Fue a la vuelta que me permitió conducir un rato. No paraba en mi estilo de conducir, incluso me alabó. Sólo que me advirtió que con demasiada frecuencia ralentaba cuando me encontraba detrás de un vehículo lento, para luego acelerar y doblar siempre que no venía otro vehículo por detrás. Tanta consideración por los demás vehículos, repetida una y otra vez al día, le costaría varios cientos de litros de gasóleo al mes, o sea al encontrarse con un vehículo lento por delante, tirar inmediatamente a la izquierda, que den al freno los que vienen de atrás. Vueltos a casa quedamos para la mañana siguiente, en el próximo viaje ya hablaríamos del contrato de trabajo. Yo llegué en punto y él también. Sin embargo me confesó que hoy y en el futuro prefería seguir solo, le había estado dando vueltas al asunto en toda la noche. Que por un lado sí le gustaría tener a un conductor que le sustituyera, permitiéndole disfrutar un poco de su hogar y familia, pero que por otro le quedaban dudas. Una vez tuvo a un conductor que disponía de muchos años de experiencia, y sin embargo su camión cada par de semanas tenía que entrar al taller. Desde casi un año iba solo, y desde entonces ya no precisaba ni de una sola reparación. Pues nada, que yo le caía muy bien, me aseguró que yo era suficientemente apto para conducir, pero que esta noche casi no había pegado ojo por tanto cavilar. Me regaló un sandwich y una bolsita de donuts, y se puso en camino.


- Transporte de coches

Claro que Miriam compartía mis sentimientos de decepción y, algunos días después me puse en camino, junto a mi cuñado Carlos, para atravesar España en su propio camión para transporte de automóviles. Como esta vez no hice apuntes algunos, ya no recuerdo con exactitud cuándo fuimos adónde. Punto central de regreso siempre fue uno de los inmensos depósitos, cerca de Madrid, de coches a estrenar de todas las marcas. En función de su experiencia individual, a un conductor espabilado le echan nueve o diez coches encima, a algunos incluso once. Con ojo para la forma de los modelos, los vehículos son a menudo colocado de manera intrincada y aventurera para no perder ni un ápice de superficie cargadera. Cargar siete coches en dos filas, depositando cuatro en la fila superior que va hasta encima de la cabina de conductor, y tres en la fila inferior, incluso para un principiante como yo no sería problema alguno. Pero como cada coche transportado vale dinero cantante y sonante, se aprovecha cada milímetro disponible, hasta tal punto de poner, en ocasiones, un coche poco menos que de canto. Ahora, si en el transporte a alguno de los coches se le arañara la más mínima rozadura, entonces ya toda esa labor resultaba regalada. La carga, eso sí, va asegurada, pero como un seguro a todo riesgo no está al alcance de un transportista como Carlos, se le aplicará una franquicia de 300 euros, y los precios de reparaciones de rozaduras ya se conoce de la experiencia en Alemania a cuánto salen. Un día en el puerto de Barcelona, fue Carlos él que, en la faena de descargar, causó un abollamiento en un parachoques, mientras yo rozaba la banda con la puerta de un Peugeot al salir del coche en la planta superior del transportador. La mañana siguiente, camino de Valencia, le pararon cuando iba a 60 km/h en un lugar donde no se permitía más que 50 km/h, vengan otros 220 euros al cuerno, total un déficit de 820 euros en la primera semana, vaya qué alentador. Si en mi fuero interno había contado con ganar unos cuartos trabajando con mi cuñado, ahora me dio la impresión de ni siquiera haber ganado la consumición en los restaurantes, donde comí por él invitado. Pero él rechazó con vehemencia mi intento de pagar la factura cundo me tocaba a mí, sólo logré hacerlo cuando, antes de que quitaran la mesa, yo me deslizaba so algún pretexto, para pagar clandestinamente en la barra sin que él se diera cuenta. El día del primer cumpleaños de Álvaro, un día viernes, no regresamos a Valladolid que muy pasada la medianoche porque, durante la mitad del día, tuvimos que espabilarnos en el puerto de Santander, hasta que pudieramos proceder a recibir nuestra carga en medio de la noche, para después regresar los 300 km para casa. Los demás, parados allí, se aburrieron igual que nosotros, amén de que ya hacía bastante frío, ya estábamos casi a mediados de noviembre. Entablé conversación con otro supuesto conductor, un italiano a quien el amor también le había llevado a parar en España, en Alicante. Conque ya teníamos una primera característica en común. La segunda consistía en que estaba acompañando a un amigo por pura curiosidad para conocer la faena, si era diseñador y cooperaba con una fábrica de cocinas en el sur de España. Le conté algo de mi artesanía vidriera, por lo que me pidió que no dejara de enviarle una muestra, pues le interesaba mucho. Eso fue lo que hice, pero luego no supe más de él. La segunda semana con Carlos pasó sin ningún perjucio financiero. Corrimos mucho mundo, Cádiz, Sevilla, Córdoba, Cáceres, Toledo, Cuenca, Ciudad Real, Valencia, Zaragoza, Oviedo, para no nombrar sino algunas de las ciudades. La única provincia española la que no tocamos fue Galicia, creo. Ahora, lo que realmente hemos visto, aparte de las autopistas y paisajes entre las ciudades, fue más o menos nada, pero esto es la normalidad que ese trabajo impone. No obstante, llaman la atención los extensos y marcados monocultivos, en los parajes de donde salimos había casi exclusivamente pinares (la tierra de los pinares), con grandes superficies cultivadas entremedios, sobre todo de patatas, cereales y remolacha azucarera. Alrededor de Salamanca casi nada más que inmensos prados sembrados de encinas, con los cerdos de pata negra famosos por ese jamón fino, y de vez en cuando un toro bravo entremedio. Alrededor de Córdoba nada más que olivos hasta el horizonte, y entre éste y el próximo horizonte, más olivos. Lo propio vale para Valencia, con la variedad de las naranjas. Una mañana, saliendo de Oviedo, por la radio informaron de una explosión en Tarragona que había arrojado un saldo de cinco víctimas mortales. Poco después sonó el teléfono de Carlos: Olga y sus tres hijos estaban muertos. Olga era amiga de una prima de Miriam, que también se llamaba Olga. Ya los padres de ambas Olgas eran íntimos amigos, y ambas Olgas crecieron juntas en Tarragona. Dar a sus hijas el nombre de “Olga”, en la era de Franco presentaba cierto problema, pero con el complemento de “María” ambas se llamaban “Olga María”, y esto fue ratificado. Olga vivía, junto a su marido y sus tres hijos en un cuarto piso del casco viejo de Tarragona. El niño más joven de sólo algunos meses de edad, estaba lactando, cuando el marido de Olga sintió un olor a gas y, olfateando, se dirigió al zaguán. Entonces lo único que sintió fue una detonación de órdago y, precipitándose vuelta al salón, encontró que detrás de la puerta no quedó más que un orificio de órdago, su familia se encontraba muriéndose en la calle y del piso casi no quedaba ni rastro. Ni los restos del piso por debajo ni los de su víctima permitieron aclaración definitiva de si se trataba de un accidente o de un suicidio. Pensar que a alguien le tocaba sobrevivir esto, vuelve zarandaja irrisoria a casi todo lo que hasta ahora venía a antojarme de “ay, qué desgracia”. Poco después, en Madrid, teníamos cargados varios vehículos, dos de ellos eran furgones, usado y con algunas rozaduras y embolladuras el primero, furgón congelador sin estrenar, el segundo. Con este flete había que atravesar unos parajes bastante montañosos situados entre el Pirineo y Barcelona, desde Vic a Olot. Poco más tarde me tocaba enterarme por la radio de que, desde la noche a la mañana, gran número de habitantes de Vic se habían convertido en millionarios, debido a que le había tocado el gordo de la once navideña a un número allí vendido. No pudimos coger por una carretera bien ensanchada que Carlos conocía, nuestro flete de más de 4,50 m de altura habría topado contra un puente de altura insuficiente. Yo hacía de copiloto y, estudiando el mapa, nos dirigí por un camino intrincado, pero de lo más corto posible. Carlos ya estuvo por aquí hace años, por tanto el tramo inicial le parecía conocido. No fue antes de que pasaramos un disco de tráfico con la recomendación de una longitud máxima de 10 metros, que a Carlos le entraron las primeras dudas. Y efectivamente estuvimos en una carretera que no era la que conocía Carlos, pero con 22 metros de longitud ya era demasiado tarde para encontrar un lugar donde dar vuelta. La carretera se hizo cada vez más estrecha, y las curvas iban estrechándose aún más, los abismos que se abrieron sobre todo por el lado del copiloto y que eran desprovistos de valla protectora, quedaron cada vez más profundos. Y siempre que otro camión nos vino de enfrente, midiendo menos de 10 metros de longitud, pero la misma anchura que el nuestro - lo cual ocurría 4-5 veces - fuimos nosotros los que nos quedamos fregados pegado al pozal del abismo mirando para abajo. Los vehículos de enfrente siempre iban por seguro, elevándose su “abismo” para arriba. Los 30 km nos llevaban más de una hora, y ya había tomado en cuenta de que en este trance me iba a tocar la hora suprema. Cuando por fin, en su lugar de destino, venimos a descargar el coche previsto para Olot, Carlos se encaramó arriba para comprobar el techo del furgón congelador a estrenar. No ofrecía buen aspecto, con su sembrado de franjas verdes, resultado de los incontables árboles debajo de los cuales habíamos pasado a rastras durante aquel viaje infernal. Sirviéndose de un escobillón, fregó como pudo las aristas del techo visibles de abajo, y seguimos viaje. El furgón usado lo llevamos a Figueras, donde se encuentra el museo Dalí, pero para visitarlo, como es natural, a gente como a nosotros no les alcanzaba el tiempo, pues quedaba por entregar el furgón congelador a Girona, antes de que allí se plegara el comerciante. Hacer la entrega poco antes de la hora de cierre, trae la ventaja de que la comprobación por rozaduras de laca se realiza con algo más de descuido que por la mañana. Una vez vaciado el camión nos pusieron a cargar, el mismo día, en un depósito cerca de Barcelona, nueve Peugeot para llevarlos a Madrid. Ese día, sin embargo, no fuimos más allá de Zaragoza. Allí, parado en un aparcamiento de camiones tan inmenso de tamaño como en Alemania ni hablar, venimos a acostarnos (luego de una cena excelente) en los camarotes. Por la mañana nos despertó una gritería terrible, sonaba como si estuvieran matando a alguien. Carlos y varios camioneros más sacaron sus cabezas por las puertas. Lo que vieron fue un conductor de coche-grúa quien, solo como un hongo, caminaba en círculo dando patadas en el suelo y vociferaba. Su voz iba dirigida a la cabina de conductor de un camión con semirremolque aparcado en la esquina, el que llevaba cisterna de harina y cuyo frente se asemejaba a rostro humano mordido por un pitbull. Como, sin embargo, en el vehículo nombrado no se movía nada, el conductor de grúa volvió a subir a su cabina, enfiló en la autopista y ya nunca se le veía más. Poco después algo se movió en el camión de harina, el camionero salió a gatas y hizo las primeras averiguaciones. Le dio un susto terrible el descubrir los daños ocasionados a su vehículo, fue su primer viaje para estrenar el carnet de conducir, el jefe iba a romperle la cabeza, dijo. Y por qué no se había bajado constante presencia del causante del accidente, inquirieron algunos. La gritería del fugitivo, amenazando sin disímulo con matarle, le había acojonado hasta el punto de que prefiriera mantenerse escondido cual ratoncito en su camarote. Si alguien entre nosotros había apuntado la matrículo, preguntó, pero a la hora de la salida del malhechor ninguno de los testigos presenciales le había dado importancia a ese detalle, pues nadie tenía ni idea de lo que se trataba. A pesar de una orden de busca y captura, en toda España, de un coche-grúa con matrícula desconocida, nunca se encontró al mangante, fue el propietario el que tuvo que pagar los platos rotos. Conque alguien había efectivamente tenido la picaresca de convertir en chatarra el camión de un compañero, y luego acobardarle tanto con su gritería amenazadora como para que éste se escondiera, hasta que aquel desconocido hubiera puesto tierra por medio. Carlos se limitó a comentar que, de haberle ocurrido a él, a ver quién iba a matar a quién. Llevamos nuestra carga a Madrid y, de noche, estuvimos en casa, por fin descanso. Yo no le veía mucho sentido en acompañar a Carlos otra semana más, me parecía demasiado elevado el riesgo de sufrir daños materiales o físicos, como para ejercitar algún día este trabajo yo solo. Y de copiloto seguramente yo no le servía mucho. Bueno, con dos conductores en vez de uno solo, el camión podrá duplicar las horas de rodaje por tanda, pero la faena de cargar y descargar él solo la habría realizado más rápidamente, sin necesidad de explicar cada maniobra. Y no estoy seguro si sus pérdidas de la primera semana no se deban a una falta de concentración que, sin mi presencia, a lo mejor habría controlado mejor.


- ¿ Volver a Alemania ?

Sumé mis entradas de los pasados 4 ½ meses. El resultado nos dejó tan desconcertados a Miriam y a mí, que ambos coincidimos en que sería preferible, durante un tiempo, de que yo intentara mejorar mi situación económica en Alemania. A finales de noviembre ensillé a Rosinante (mi oxidado Mitsubishi L 300 blanco) y, pasando por el Pirineo, me encaminé a París, donde pernocté donde mi amigo Frédéric. El día siguiente estuve de vuelta en el Odenwald, cuya vegetación exuberante suele saltarme las lágrimas luego de cada estadía prolongada en Castilla. Bastante rato intenté mejorar, a todo vapor, la facturación respecto de mis productos de arte, lo cual apenas si me resultó. Además, una y otra vez, respondí a las ofertas de trabajo de varios fletadores, pero todos ellos no querían a camionero principiante. Después de haber probado suerte como limpiacristales y luego de peón en una imprenta, di con un fletador en Rodgau, origen de los homónimos Monotones. El tiempo trabajado en esta empresa no tiene parangón con mis aventuras en España. Recibí puntualmente mi sueldo, en la tarde siempre regresaba a casa y, claro está, no sólo me permitieron, sino me obligaron a atenerme a las normas del oficio. Pero, lo que era lo más: siempre si había pensado conocer bastante bien Hesse o por lo menos el sur de Hesse - no conocía nada de nada. A diario me tocaba descubrir nuevos lugares y personas, la existencia de los cuales hasta entonces desconocía. Esto se refiere no solamente a los centros de Wiesbaden, Maguncia, Francfort, Offenbach, Hanau y Aschaffenburg, sino iba cruzando también por los cerros del Odenwald, Taunus, Spessart, Vogelsberg, y Rhön por caminos que hasta entonces desconocía. En las rampas de carga de una cantidad de las empresas más diversas encontré a andovas de toda índole y entre ellos, tanto a auténticos cabrones, como a individuos afables y originales. Transportando principalmente tupperware desde el depósito central, ubicado cerca de Darmstadt, a buen número de sucursales, pasé por toda Alemania central, Baja Sajonia, Turingia, Baviera, Hesse, Renania del Norte-Westfalia, Renania-Palatinado y Sarre, si bien casi no veía más que las autopistas. Hasta entonces, mi concepto de Tupper no era otra cosa que recipiente de plástico con tapa. Mis transportes, sin embargo, despertaron mi curiosidad y decidí conocer el interior de una sucursal cuando hubiera ocasión para ello. Varios meses recorrí Alemania, sin causar accidente, ni pérdida de carga, ni demás fastidias a cargo de mi patrón. Pero como el transportista no me empleaba sino para reemplazar a colegas que estaban de vacaciones o de baja por enfermedad, no pasaba mucho tiempo hasta que tuviera la ocasión de contemplar el mundo del tupper de adentro. Y me quedé realmente impresionado por lo que iba a conocer. Vaya diversidad de bonitos y prácticos utensilios de cocina de calidad, en un mundo hasta entonces fuera de mi percepción, docenas de trabajadoras encantadoras, y una jefa muy simpática que defendía una filosofía del trabajo muy atractiva, esto lo quería probar, a ver si mi primera impresión a la larga se confirmará.